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Zeluán el asedio del ejército
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Autor:  Infante [ 2017 07 24, 9:31 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército


Zeluán masacre olvidada...

El poblado y recinto amurallado de Zeluán (fortaleza), situado a unos 30 kilómetros aproximadamente al sureste de Melilla, sirvió de refugio y base de operaciones del famoso cabecilla rifeño Jilali ibn Muhammad el Yusfi er Zarhoni, más conocido por los españoles como el "Roghi", desde 1902 hasta diciembre de 1908, en que, presionado por las cabilas limítrofes a Melilla a las que había sometido a un férreo y humillante control, lo abandonó refugiándose en la cabila de Beni Ukil, junto al "ouad Záa" (río), donde, hecho prisionero por los lugareños, lo entregaron a "los mehal-las" (soldados del Sultán reinante), quienes le dieron una muerte atroz.

En plena campaña de la "Guerra de 1909", más conocida popularmente como "la guerra del 9", el 27 de septiembre del citado año dos columnas (divisiones de los generales Tovar y Orozco) que estaban acampadas en la villa de Nador se pusieron en marcha en paralelo en dirección a la citada fortaleza de Zeluán. La llanura, donde los rifeños no solían nunca entablar batalla, estaba totalmente desierta. Por el flanco derecho, la columna bordeó el macizo montañoso de la cabila de Beni bu Ifrur sin necesidad de realizar una fuerte avanzadilla de protección y, por el flanco izquierdo, la limpieza del llano que alcanzaba en la lejanía los montes de la cabila de Quebdana se bastaba para dar facilidad al avance de la segunda columna sin ningún problema. Cuando las tropas españolas en forma de tenaza se acercaban a la fortaleza, las baterías empezaron a cañonear sus proximidades con el objeto de ahuyentar a cualquier grupo de rebeldes que quisiesen dar alguna desagradable sorpresa. El sol ya se encontraba en retirada hacia Poniente tras los cerros más altos que emergían en el macizo montañoso rifeño cuando los integrantes de las columnas hacían su entrada en el poblado-recinto amurallado de Zeluán, que, a partir de esa fecha, ya habría de quedar bajo el control de las tropas españolas.

A mediados del mes de julio de 1921, cuando los rifeños de Muhammad ibn Abd el Krim al Khattabi tenían cercada la posición de Cudia Igueriben y amenazaban el campamento de Annual, la guarnición militar de la fortaleza de Zeluán era de unos 64 hombres aproximadamente, al frente de un oficial. En esa época estival el calor era achicharrante. El sol de julio no cesaba en su acción demoledora. Sus rayos ardientes chocaban contra las piedras del muro y las recalentaban como ascuas encendidas. En el interior de los habitáculos la atmósfera se hacía irrespirable. Los hombres que vigilaban desde sus puestos el campo exterior recibían sobre sus hombros y sus espaldas la acción directa de unos rayos de fuego. Chirriaban continuamente las chicharras al recibir sobre sus órganos sonoros el impacto de los dardos ardientes. Del suelo, reseco y cuarteado en cientos de filigranas, salía un vaho de calor envuelto con un polvo blanquecino casi invisible que agrietaba los labios de los refugiados y agarrotaba sus gargantas.

Ya bien entrada la noche del día 22 de ese mismo mes, comenzó a llegar a la alcazaba un reguero de hombres exhaustos y enloquecidos de terror entremezclados con mulos sueltos que no paraban de soltar coces y varios caballos perdidos y desorientados al haber perdido a sus jinetes. Los recién llegados, entre balbuceos y frases entrecortadas, pudieron dar la noticia de la caída del campamento de Annual y de varias posiciones de los alrededores, y que la columna, sufriendo el hostigamiento encarnizado de la harca rifeña, al mando del teniente coronel Eduardo Pérez Ortiz, del regimiento de San Fernando, se dirigía hacia Dar Dríus. En la madrugada del día 23 llegaba a Zeluán, camino de Melilla, una pequeña columna al mando del capitán Juan Galbis, de artillería, con personal del arma, que controlaba una reata de bestias cargadas con restos de material de guerra que pudiesen tener utilidad a posteriori, acompañados de algunos heridos y otros que llegaban en un estado calamitoso y deprimente. La columna iba escoltada con parte del quinto escuadrón del regimiento de caballería de Alcántara número 14, al mando del teniente Román del Campo Cantalapiedra y del alférez de complemento Juan Maroto. A media tarde de ese mismo día, un coche procedente de Monte Arruit se detuvo a la entrada de la fortaleza, bajándose el capitán Ricardo Carrasco Egaña, de la Policía indígena, que acompañaba al coronel Jiménez Arroyo, quien continuó su viaje en dirección a Melilla. El capitán Carrasco era el jefe de la sexta mía de la Policía indígena del Garet, que tenía su cabecera en Monte Arruit. Por ser el oficial más antiguo, esa misma tarde se hizo cargo de la posición. Al finalizar el día también se habían refugiado en la fortaleza colonos y trabajadores de las inmediaciones, unos 100 civiles, entre hombres, mujeres y niños. Junto con ellos llegaron el cabo Carrión, de la Guardia Civil, y cuatro números que guarnecían el pequeño puesto ubicado en el poblado. A partir de ese día, se dobló la vigilancia en los muros y se reforzaron con patrullas las entradas. Por órdenes del capitán Ricardo Carrasco, los tres escuadrones del grupo de regulares integrados en la guarnición fueron obligados a salir al exterior, al otro lado de las murallas, ante las dudas que ofrecían los jinetes indígenas.

En el atardecer del domingo 24 de julio de 1921 las tropas que debían defender la fortaleza, incluido el aeródromo cercano, alcanzaba la cifra de 611 hombres, y que, divididos en tres grupos, los componían 28 oficiales, 442 números de clase y tropa, más 141 soldados indígenas. Como quiera que el capitán Ricardo Carrasco considerase que el aeródromo, donde estaban aparcados cinco aviones, se encontrase con poco personal para su defensa, pidió voluntarios para auxiliar al teniente Manuel Martínez Vivancos, de infantería, que estaba al frente de la escasa guarnición que lo defendía, tomando la iniciativa el alférez de complemento Juan Maroto, quien al frente de 30 jinetes del regimiento de caballería de Alcántara número 14 se dirigió a cumplir esa misión. En la madrugada del 24 al 25 se produjo la deserción de los soldados indígenas de regulares que permanecían en el interior del fuerte. En la refriega fueron muertos los dos oficiales indígenas que prepararon la revuelta y 40 soldados moros, pudiendo escapar varios de ellos, y por parte española murieron dos oficiales, un sargento y varios números de tropa. Los escuadrones que estaban en el exterior también emprendieron la huida, siendo abatidos varios de ellos por los centinelas apostados en los muros defensivos. Ante los sucesos acaecidos el día 25, el capitán Ricardo Carrasco ordenó a los oficiales españoles de regulares, capitán Margallo y tenientes Carvajal, Tomasseti y Bermejo, que formasen una pequeña columna con los soldados indígenas que aún quedaban y emprendiesen la marcha en dirección a Nador, abandonando el fuerte. En una refriega que se produjo al poco de salir, fue muerto el teniente Fernando Tomasseti, dividiéndose el grupo en dos y tiroteándose unos a otros. En el interior del recinto amurallado continuaron el teniente Enrique Dalías y el oficial veterinario Enrique Ortiz, ambos pertenecientes al mismo tabor que recibiendo órdenes había emprendido la marcha.

A partir del día 25 los rifeños cercaron el aeródromo y emprendieron el hostigamiento de la fortaleza, aunque desde la distancia, pero produciendo una baja cada vez que se descuidaba alguno de los defensores y se ponía al descubierto. Estos se apostaron tras los rollizos paredones, así como tras los parapetos de sacos terreros con que se cubrieron las cuatro entradas para responder cualquier intento de asalto. Ese mismo día, al hacer el servicio de aguada (recogida de agua para beber del riachuelo cercano), tuvieron que lamentar quince bajas entre muertos y heridos que quedaron en manos de los temibles rifeños. Otro tanto pasó al día siguiente, y para evitar que continuase la sangría el capitán Ricardo Carrasco ordenó que el servicio de aguada se realizase cada dos días y para ello implantó un severo racionamiento del preciado líquido. Como quiera que al día siguiente los rifeños hubiesen ocupado el cementerio moruno, que dominaba la salida del fuerte y la pista que se dirigía hacia el lugar de la aguada, a los refugiados les fue imposible poder realizar en la mañana del día 28 ese vital servicio, lo que obligó al jefe de la posición sitiada a pedir voluntarios para preparar un comando que saliese a expulsar a los rifeños apostados en el cementerio y que impedían el poder realizar la aguada, ya que era de imperiosa necesidad, al estar los depósitos totalmente vacíos y la sed atosigaba de forma alarmante a todos los encerrados en el fortín. Salió con veinte hombres el teniente veterinario Tomás López, quienes en una acción heroica lograron dar muerte a los 16 moros que desde el cementerio no permitían el poder realizar la aguada y, así, ese día pudieron realizar el servicio. Al día siguiente, el bravo teniente volvió a llevar a cabo la misma operación con éxito; sin embargo, el día 30 de julio ya no la pudieron realizar porque un numeroso grupo de moros se había apoderado de nuevo del cementerio. Ante tal contrariedad, los defensores de la fortaleza intentaron excavar un pozo con la intención de encontrar agua, pero cuando llevaban excavada una serie de metros la sequedad del terreno les hizo desistir. En el aeródromo los bravos defensores a resguardo en los pabellones repelían una y otra vez los ataques de un numeroso enemigo que les hostigaba día y noche.

Al siguiente día, 31 de julio, en la fortaleza los hombres que la defendían, agobiados por un calor achicharrante que agarrotaba sus labios lacerados e inflamados y respirando una atmósfera densa y bochornosa que requemaba sus pulmones, recibieron con moderada alegría la llegada de dos camiones procedentes del aeródromo con dos cubas con agua, que serviría al menos para humedecer sus resecos labios. Los recién llegados, a su vez, cargaron una caja de proyectiles de los que eran deficitarios en el puesto y que también en el fuerte empezaban a escasear, junto con algunos sacos con víveres de los que también los defensores de la alcazaba habían establecido un riguroso racionamiento. Nada más que el camión alcanzó el terraplén ferroviario, los hombres del recinto amurallado pudieron oír una fuerte descarga que acabó con la vida del conductor del camión y de su acompañante, adueñándose la morisma de toda la carga. El día 1 de agosto la guarnición del aeródromo aún pudo aguantar la embestida rifeña, pero al día siguiente, falto de municiones, el teniente Martínez Vivancos no tuvo más remedio que capitular y entregarse a los jefes rifeños.

Ese mismo día, 2 de agosto, en la alcazaba, sometidos a la acción despiadada de la sed y al abatimiento por la fatiga, los bravos defensores continuaban resistiendo los continuos ataques del enemigo. Por la tarde se presentó ante la puerta con bandera blanca el caíd Ben Chel-Ial, de la cabila de Beni bu Ifrur y jefe de los Ulat Chaib, quien solicitó hablar con el jefe de la posición española. Salieron al exterior a recibirle el teniente Dalías, el civil Jiménez Pajarero y el intérprete Rueda, y ya no volvieron. Ante la insistencia del caíd de que si no se entregaban todos serían pasados a cuchillo, el capitán Ricardo Carrasco, después de consultarlo con el resto de oficiales, alcanzó un principio de acuerdo con el jefe moro. Sobre las once horas de la mañana del día siguiente, 3 de agosto, viendo que no llegaba el teniente Dalías, que había sido enviado a Monte Arruit, de acuerdo con el jefe moro, a solicitar autorización al general Felipe Navarro para la capitulación, y ante la presencia en la puerta de un contingente importante de rifeños dispuestos al asalto, el capitán Carrasco decidió la capitulación ante la carencia absolutamente de todo y el clamor incesante de los heridos, que pedían machaconamente una solución a su insoportable situación de abandono.

Nada más entregar las armas, los hombres fueron despojados de las ropas, de los correajes, del dinero y, en general, de todo lo que los cabileños considerasen que pudiese tener algún valor. Sometidos a constantes amenazas, insultos y vejaciones, a empujones y culatazos, fueron colocados en fila y conducidos a un caserón que había por las proximidades, donde se encontraban recluidos algunos soldados con algunos colonos, mujeres y niños. Cuando a los primeros de la fila les quedaban escasos metros para alcanzar la puerta del caserón, sus guardianes se separaron y empezaron a disparar a quemarropa sobre los indefensos soldados españoles, produciendo una horrible matanza. Las gumías y los alfanjes servían para rematar a los heridos que arrastrándose intentaban escapar de aquella espantosa muerte. Algunos consiguieron tomar la dirección de Nador en una desenfrenada carrera, pero iban siendo cazados por grupos de jinetes y vilmente asesinados. Los que consiguieron entrar en el caserón fueron cobardemente acribillados junto con los que en él se encontraban y luego, aprovechando los montones de paja de un almiar cercano, aquellos salvajes prendieron fuego al habitáculo mientras danzaban y gritaban desaforadamente, disparando contra las antorchas humanas que pretendían salir de aquella casona de horror y muerte. El capitán Ricardo Carrasco, jefe de la posición, y el teniente Fernández, de la Policía indígena, fueron amarrados juntos a un poste y, colocándoles unos fardos de paja a los pies a los que prendieron fuego, empezaron a dispararles...

El 14 de octubre de ese mismo año las tropas españolas reconquistaron la alcazaba de Zeluán. Durante el avance las columnas se adentraron de nuevo por la pista del trágico desastre, caminando atribulados y a la vez indignados por un terreno cubierto de muerte y de desolación. En un entorno de calor agobiante y de bochorno insoportable, a un lado y otro del recorrido aparecían cuerpos putrefactos de los compañeros que intentaron escapar de aquel infierno. Cuerpos que presentaban señales de haber sufrido terribles mutilaciones. Los legionarios, con los regulares y otros infantes, emprendieron la humanitaria labor de dar sepultura a los restos de aquellos desgraciados, que desprendían un nauseabundo olor. El general Miguel Cabanellas, desde la misma alcazaba y acompañado de otros jefes militares, escribió una carta dirigida a las Juntas de Defensa: "Acabamos de ocupar Zeluán, donde hemos enterrado quinientos cadáveres de oficiales y soldados. Estos y los de Monte Arruit se defendieron lo bastante para ser salvados. El no tener el país unos millares de soldados organizados les hizo sucumbir. Ante estos cuadros de horror no puedo por menos que enviar a ustedes mis más duras censuras. Creo a ustedes los primeros responsables... Han vivido ustedes gracias a la cobardía de ciertas clases que jamás compartí. Que la Historia y los deudos de estos mártires hagan con ustedes la justicia que se merecen...".

Fueron miles y miles los soldados españoles que dejaron su vida en aquellas tierras del norte de África en la defensa de los compromisos adquiridos por España (Conferencia de Algeciras de 1906). Y fueron cientos y cientos de familias españolas las integradas en las villas y ciudades que se fueron levantando en el territorio controlado por España (Protectorado) las que, conviviendo en paz y armonía con los pobladores del Rif, dejaron su impronta de su buen saber y su buen hacer en beneficio de otros hombres y mujeres que tan necesitados estaban de salir de la pobreza y de la indigencia que les atosigaban desde su más tierna infancia. Y fueron muchos los que allí dejaron sus vidas y hoy reposan con la satisfacción del deber cumplido en los cementerios de Nador, de Monte Arruit, de Zeluán, de Larache, de Tetuán, de Ceuta o de Melilla
Nuestro reconocimiento y nuestro agradecimiento.

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Zeluán 1921
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Zeluán 2017

Autor:  Bona [ 2017 11 19, 6:17 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército


24 de julio de 1921
Calor abrasador en el norte de África.
Es lo que menos preocupa a los 400 de los nuestros que esperan armados la inminente llegada de los moros.

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Hace días que se acabaron las provisiones y lo siguiente en llevarse a la boca es la carne de un caballo que han sacrificado, al fin y al cabo otro héroe
más de los nuestros aquellos días...
Los 400 españoles defendían Zeluán como podían, a parte de la comida la sed era ya algo muy preocupante, pero no quedaba otra que aguantar, ya
que caer supondría dejar a merced de la morisma a las mujeres y a los niños, y ya sabemos lo que les ocurriría...
Así se soportan los días, tiros, hambre, sed, sangre y honra... resisten, los nuestros resisten, tanto que finalmente el líder cabileño propone que si se
rinden dejarán que todos se vayan a Melilla y no asesinarían a ninguno de los civiles.

El capitán Ricardo Carrasco manda a regañadientes al teniente Dalías a parlamentar y el día 3 se entregan las armas.

El infierno...

Nada más entregar las armas nuestros soldados son robados, desnudados y fusilados.
Los que consiguieron refugiarse en el caserón, quemados vivos.
Los civiles, aniquilados en el interior de la alcazaba.
El capitán y el teniente, atados juntos y quemados vivos...
Ese fue el triste, injusto, cobarde y cruel final de tan bravos soldados, traicionados y abandonados por nuestro gobierno.

Por siempre seréis recordados, porque siempre grabados en nuestro recuerdo estaréis luchando mauser en mano bajo el sol abrasador, valientes y
orgullosos...

Y a vosotros cobardes, nunca seréis perdonados, podrán pasar los años, pero no olvidamos, porque sois y siempre seréis, nuestro enemigo eterno.

Autor:  Bona [ 2018 02 07, 8:36 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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En primer término,la famosa Alcazaba de Zeluán .

Autor:  Bona [ 2018 04 01, 8:06 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército


Los Reyes visitaron Zeluan el 8 de octubre de 1927, donde fueron acogidos por unos doce mil rifeños.
A la entrada del pueblo se había instalado un soberbio arco engalanado con banderas españolas y una
inscripción en la que se leía "El poblado de Zeluan a SS.MM.". Tras la celebración correspondiente, se
les entregaron regalos de las cabilas, figurando entre los obsequios tres caballos y ocho camellos que
portaban en su lomo otros regalos.

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En la foto de Díaz Casariego vemos dos de los camellos.

Autor:  Bona [ 2018 05 24, 7:38 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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El poblado de Zeluán, en una foto de 1921 , antes de ser destruido por los rifeños. (Lázaro)

Autor:  faustino ballesteros [ 2020 12 30, 12:48 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército


El infierno de los héroes españoles que defendieron Melilla: «Guisamos caballo y perro»


El alférez Juan Maroto y Pérez del Pulgar detalló en un diario las duras privaciones que tuvieron que pasar sus
hombres en el aeródromo de Zeluán


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La defensa de Zeluán, una ciudad ubicada a pocos kilómetros de Melilla, tras el Desastre de Annual es una de las muchas epopeyas
de nuestro pasado que hemos pasado de puntillas. Es cierto que apenas se extendió una semana (del 23 de julio al 4 de agosto,
cuando cayó en manos rifeñas); sin embargo, las penurias que vivieron en su interior los soldados españoles son dignas de figurar
en lo más alto de los libros de historia. El vivo ejemplo de ello fue el extenso testimonio que dejó sobre blanco el alférez Juan Maroto
y Pérez del Pulgar, encargado de resistir en el aeródromo de la urbe hasta la llegada de refuerzos.

Transcrito por el divulgador y militar Luis Miguel Francisco en su obra «Morir en África. La epopeya de los soldados españoles en la
defensa de Annual», el testimonio pone de relieve el hambre, la sed y, sobre todo, el pavor que conquistó a los soldados peninsulares
aquellas jornadas en las que parecía que España entera se desmoronaba ante el subestimado poder rifeño. «Uno de los días que no
teníamos nada que comer se guisó un perro y un aguilucho, que era la mascota del aeródromo», explicó el soldado en su texto.
Cada hora que combatían, no obstante, era una hora más que daban de respiro a Melilla, siguiente parada del enemigo.

Hacia el aeródromo

El 17 de julio de 1921, después de un alocado y desorganizado avance hacia el corazón del Rif desde Melilla para aplastar a la resistencia
rifeña, el líder cabileño Abd El-Krim lanzó un ataque contra la posición rojigualda en Igueriben (una de las más adelantas).
Después de que los españoles fueran pasados a cuchillo, los nativos llamaron a las puertas del campamento de Annual (más de 100
kilómetros al oeste de Melilla), un lugar en el que se agolpaban unos 5.000 combatientes de nuestro país. El general Manuel Fernández
Silvestre, sabedor de que poco podían hacer, tocó a retirada y se generalizó la locura.


Así fue el avance que provocó el Desastre de Annual

Miles de hombres fallecieron. A la mayoría no les importó pasar por encima de sus compañeros dañados para salvarse. Los heridos
fueron abandonados; los muertos, olvidados; y los lentos, dejados atrás para que los rematasen los rifeños. De nada sirvió que
Silvestre saliera con miles de combatientes para apuntalar la huida. Aquellas jornadas fallecieron unos 10.000 soldados españoles y
otros tantos fueron capturados. Se había sucedido el denominado Desastre de Annual. Una batalla que hizo recaer la vergüenza
sobre España y que provocó que el resto de posiciones defensivas con la bandera rojigualda quedasen solas y desamparadas ante
los rifeños.

El día 22, hasta la ciudad de Zeluán empezaron a llegar una ingente cantidad de heridos. Tal y como afirma Vicente Pedro Colomar-
Cerrada (autor de «Primo de Rivera contra Abd El-Krim» y «Annual en el recuerdo. Zeluán, una masacre olvidada» -artículo al que
nos ha remitido el propio autor-), aquel día pisaron el suelo del aeródromo y la Alcazaba hombres terriblemente cansados y
aterrorizados, así como jamelgos cuyo jinete había sido masacrado por los rifeños durante la huida. El sofocante calor, sumado al
clima de desesperación generado por la muerte de miles y miles de compañeros, no ayudó a calmar los ánimos de unos defensores
que sabían que, tarde o temprano, tendrían que hacer frente a los enemigos de España.

Autor:  faustino ballesteros [ 2021 01 04, 9:41 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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Un sacerdote ayuda a recoger a heridos y muertos tras el Desastre de Annual

Uno de los que arribó a la posición buscando muros tras los que resguardarse fue el oficial segundo veterinario Enrique Ortiz, destinado en Annual. Así narró el periódico ABC su heroico combate contra los rifeños en primera línea de desierto en un artículo publicado el 23 de octubre de 1921: «Don Enrique Ortiz, destacado con fuerzas indígenas en la primera línea de posiciones, luchó denodado en una retirada épica. Se vio acorralado por un núcleo de enemigos, que le arrebataron su pistola. Continuó defendiéndose briosamente, y consiguió llegar con un resto exiguo de la fracción de que formaba parte a Zeluán». Fue uno de muchos.

Preparando las defensas
El testimonio del alférez Juan Maroto y Pérez del Pulgar es, a la par, una fuente única y estremecedora de las precarias e infames condiciones que padecieron los defensores de Zeluán durante las semanas en las que resistieron, sitiados, los continuos asaltos de los hombres del líder cabileño Abd el-Krim.

Maroto arribó con sus hombres a la Alcazaba de Zeluán el 23 de julio de 1921, una jornada después de que iniciara la retirada con sus hombres desde Annual. Desde ese punto recibió órdenes de avanzar un poco más, atravesar la ciudad y posicionarse en el aeródromo. Allí se presentó ante su superior, el teniente de infantería Manuel Martínez Vivancos. Ambos dirigieron la organización de las defensas, la protección del depósito de bombas (que se reforzó con bidones y sacos terreros para evitar una explosión accidental) y la distribución de las fuerzas para la larga batalla que, sabían, se avecinaba.

«Una vez en el aeródromo se distribuyeron las fuerzas allí existentes y las que yo había llevado entre los tres pabellones laterales, estableciéndose la defensa principal en la azotea colocada encima del hangar, que tenía un parapeto de unos 65 centímetros de altura, pues el resto del edificio era atravesado por las balas enemigas, por ser sus tabiques de los llamados panderetes y las puertas y las ventanas de madera».

¿Quién era Abd el-Krim?]

La fiesta comenzó ese mismo día, cuando los rifeños emplazados en las lomas cercanas iniciaron un torrente de fuego sobre los soldados españoles que intentaban asegurar las defensas del aeródromo de Zeluán. Muchos de ellos, «asistentes, mecánicos, carpinteros o fotógrafos»; personas que jamás hubieran imaginado hallarse en mitad de aquel infierno. Nerviosos, estos poco instruidos combatientes cometieron el error de devolver los disparos a los soldados de Abd el-Krim; craso error, pues apenas disponían de cuatro mil cartuchos para resistir hasta la llegada de los refuerzos que, suponían, se organizaban desde la Península.

Privaciones y guerra psicológica

Las primeras jornadas de defensa fueron las peores para los españoles. Soldados, cabos, sargentos… Muchos, más allá de su escalafón e importancia en el mando, perdieron los nervios y «la moral», como explicó el mismo Maroto. «El sargento Vallejo, de las fuerzas del aeródromo, al ver que los moros prendían fuego a su casa del poblado, perdió el espíritu y rompió a llorar». Como el desánimo se contagió a algunos de los compañeros ubicados en los pabellones exteriores, nuestro cronista no tuvo más remedio que amenazarle «con pegarle un tiro si no reaccionaba». Otro, un tal Sandoval (hasta entonces, fotógrafo), pasó encañonado toda la noche para evitar que desmotivara al resto. Medidas desesperadas para situaciones igual de precarias.

El miedo fue el primer enemigo, seguido después por el hambre. «No tuvimos más víveres estos días que unos dieciocho o veinte huevos, que distribuimos entre la tropa, y dos latas de melocotón entre los sargentos y nosotros». Hasta el 2 de agosto, cuando se asumió que todo estaba perdido, solo comieron de forma decente en una ocasión: cuando varios jinetes aliados se refugiaron dentro de sus posiciones en mitad de la noche. Al día siguiente se dieron un festín… «Lo avanzado de la hora no permitió preparar el rancho de caballo, pero la esperanza de que en cuanto amaneciese se haría hizo que no sintiésemos tanta hambre».
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Solemne instante de ser izada la bandera española sobre las puertas de la Alcazaba de Zelúan

Otra jornada no quedó más remedio que dar buena cuenta de otro tipo de carne. «Uno de los días que no teníamos nada que comer se guisó un perro y un aguilucho, que era la mascota del aeródromo, el perro si mal no recuerdo era de Fernández de Castro, presidente de la Compañía Colonizadora».

En pleno julio, el agua era también un bien muy escaso. Ahogados, los soldados llegaron al extremo de «aprovechar el agua que caía de los radiadores» de los aviones del aeródromo para refrescarse, si es que puede llamarse así, cuando estos «quedaron acribillados a balazos» por el fuego enemigo. La única alternativa para apagar la sed era el aljibe, a tiro de los rifeños y una trampa mortal.

«El sargento Vallejo, de las fuerzas del aeródromo, al ver que los moros prendían fuego a su casa del poblado, perdió el espíritu y rompió a llorar»

A todas estas dificultades se sumaron los insultos y las chanzas, lanzadas a gritos desde el exterior del aeródromo, por los rifeños. «Paisas, ya venir machina para ir a Melilla», repetían con ironía. Entre risas, los enemigos atacaban una y otra vez los depósitos de bombas españoles con el único objetivo de conseguir que saltaran por los aires. «Prendieron también fuego a unos almiares de paja cercanos al aeródromo, con intención de que estallase, pero la providencia quiso que cambiase el viento y no se realizase su cruel intento».

Autor:  faustino ballesteros [ 2021 01 04, 9:45 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

Día a día

El día a día, la vida dentro del aeródromo, pasó también a convertirse en una pesadilla. Acciones habituales como aliviarse la vejiga se transformaron en una verdadera yincana imposible por culpa de los continuos disparos enemigos. Los tiradores ubicados en la azotea del hangar, por ejemplo, se vieron obligados a hacer sus necesidades en la misma zona que defendían ya que, al desplazarse para ir hasta las letrinas, eran tiroteados sin piedad. Eso hacía que, cuando las balas abrían agujeros en el tejado, los deshechos cayesen sobre sus compañeros.

Llevar la comida hasta el tejado fue otro de los retos diarios:

«Como la cocina estaba en uno de los pabellones aislados, hubo que proceder al traslado del utensilio para condimentar el rancho, pudiendo conseguir, tras grandes esfuerzos, y valiéndose de cuerdas, pasar de un lado a otro lo más elemental, por ser imposible del todo atravesar el callejón, por estar este batido por fuego enemigo, y haber costado dicho trabajo varios heridos y la muerte del ranchero. […] En estas operaciones se distinguió el soldado del Alcántara, Dionisio Giménez Gómez, conocido entre sus compañeros como el gitano por ser este su origen, que, al morir, el ranchero, hizo sus veces. El mismo soldado en varias ocasiones tocó la guitarra a pesar del fuego enemigo para levantar el ánimo de sus compañeros».

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Aeródromo de Zeluán

La comunicación con el resto de posiciones defensivas era casi inexistente, y lo mismo sucedía con el posible intercambio de comida y agua con ellas. Valga como ejemplo que, a pesar de la falta que tenían del líquido elemento, el 28 de julio recibieron un mensaje garabateado a mano del jefe de la Alcazaba. «Yo no puedo enviar por ahora nada, pero por cada cubo de agua que se me envíe, devolveré un borrego». Como buenos hermanos, los de Maroto dividieron la poca de la que disponían y se la hicieron llegar, aunque no sin dificultad.

Por descontado, las enfermedades se multiplicaron entre los defensores. Entre otras cosas, por culpa de la descomposición de los cadáveres que se amontonaban en la azotea hasta que eran enterrados. «Los heridos se quejaban sin que pudiesen ser atendidos, con heridas comenzando a infectarse y demacrados por la fatiga». El paludismo y una inmensa plaga de mosquitos terminó de redondear aquel infierno. Casi se podría decir que padecieron las doce plagas de Zeluán.

Autor:  Bona [ 2021 08 05, 10:59 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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Hoy recordamos al teniente de Infantería D. Tomás Pérez Andrade perteneciente a la
segunda compañía del regimiento Ceriñola ,caído en Zeluán el tres de agosto de 1921
en la masacre posterior a la rendición de la plaza, la mayoría de los hombres murieron
y jamás se pudo reconocer los restos de éste, sus padres nunca perdieron la esperanza
de que volviese algún día. Meses después, el periodista Fernando Periquet Zuaznábar
entrevisto a sus padres, residentes en Madrid. La frase proveniente de esta entrevista
refleja el dolor de los familiares de los desaparecidos.

“Le esperaremos siempre, siempre, siempre, aunque vivamos diez años, ciento, mil.
Si eternos fuéramos, le esperaríamos eternamente”.

Autor:  Bona [ 2021 08 05, 11:05 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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Jefe, oficiales, portaguion y legionarios tras ocupar Zeluán.
Comandante Fontanes y el portaguion del Aguila del Cesar, el Duque de Montemar
19 de Marzo de 1.922.

Fontanes fue el primer Comandante de la Legión fallecido en acción de guerra.
En la Ocupación de Ambar, distinguidísima fue la actuación del Comandante Jefe de la IIª Bandera de La Legión
D. Carlos Rodriguez Fontanes.
En la última fase del combate, cuando dirigía personalmente a sus Legionarios y se acercaba para auxiliar y
animar a un Legionario de los muchos que caían en aquel momento recibió una herida gravísima en el vientre.
El Cabo Legionario D. Damian de Blanco de Benito, cuando mayor era la intensidad del fuego enemigo, marchó
inmediatamente a recogerlo ayudado por los Legionarios D. Juan Ortiz Exposito y D. Pedro Cano.
Fue retirado a la posición principal merced a la serenidad que, en todo momento, demostró.
Falleció en la misma posición al amanecer del día del combate.
Dejó nueve huérfanos, era viudo, y su hermana, que era la que cuidaba a sus hijos también había fallecido hacia
poco tiempo.

Fuente Coloreando la historia.

Autor:  Bona [ 2021 08 05, 11:11 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército


Tragedia en Zeluán.

Tal día como hoy llega el final de la resistencia hispana, el aeródromo falto de agua y municiones ya ha caido,
quince jinetes del Alcántara han caído y de los otros quince solo el soldado Martinez Vivancos en muy difícil
circunstancias salvará su vida, ya que los rifeños los rodean cuando se dirigen a Nador y los matan a tiros y
gumiazos.
La Alcazaba cae el día tres de agosto, el capitán Carrasco ha perdido cien hombres de los cuatrocientos que
disponía, en medio del heroísmo se produce un hecho infame, el intendente Leompart escondería el agua y la
vendería a los soldados, tres bidones fueron encontrados por el soldado Gamez el día de la rendición, aunque
el soldado Leompart encontraría la muerte en la evacuación.
El capitán presentia lo que le iba a ocurrir, antes de la rendición con Hammu hijo y la harka de Ben Che-lal accede
a que salgan las familias de los policías indigena, Carrasco y el teniente Fernández Pérez son apartados, al capitán
lo insultan, golpean, vejan y torturan metiéndole trapos en la boca, después lo tirotean y queman su cuerpo. A
Fernández después de desnudarlo, lo abrieron en canal con una gumia. Los soldados fueron llevados al corral de
La Ina, allí fueron fusilados, colgados de los muros y quemados, el soldado Juan Gamez, el que descubrió la tropelía
de Leompart consiguio en un desesperado ejercicio de supervivencia llegar a Melilla y contar lo ocurrido.
Otros huirán por la carretera de Nador, pero allí estaba Hammu, el de Segangan con gente a caballo, persiguiendo
y asesinando a los que pudo alcanzar.

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Autor:  faustino ballesteros [ 2023 07 09, 8:52 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

DIARIO DE UN SOLDADO

INFIERNO EN ZELUÁN


El veintitrés de julio de 1921 no pintan bien las cosas para el ejército español en la zona oriental del Protectorado, un reguero de hombres en retirada recorren el camino hacia Melilla, pasan heridos, aspeados, rotos, desfondados, el capitán Serrano de la Policía Indígena se prepara en Zeluán para lo que se avecina, el teniente Cantalapiedra del regimiento Alcántara le confirma la debacle del ejército de Silvestre, la retirada de Navarro a duras penas hacia Monte Arruit, la caída de todas las posiciones españolas como fichas de dominó en el tablero marroquí y el avance de la morisma hacia la misma Melilla parece imparable.
La defensa de Zeluán se va articular en torno a dos puntos: La alcazaba y el aeródromo, distante tres kilómetro de la ciudad, este último solo cuenta con un par de oficiales y veinte soldados del servicio de aeronáutica para su defensa, una sección del Alcántara al mando del alférez Maroto se encargará de esta labor.
Justo ese día llega a Zeluán procedente de Arruit en busca de municiones el teniente de Veterinaria Tomás López Sánchez, el cual, no podrá regresar a Arruit y se integrará en la defensa de Zelúan.
El día veinticinco desertan los soldados indígenas de la policía y regulares, son descubiertos por sus oficiales y ante los gritos de alarma caen muchos de ellos abatidos:
-¡A las armas, todos a las armas!
-¡No dejéis que escapen!
-¡Fuego sobre ellos!

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Dos oficiales españoles morirán en la refriega, los desertores se unen a los rebeldes, desde el día veinticinco unos cuatrocientos españoles quedaban cercados, estos junto a algunos soldados nativos fieles, quedaran totalmente rodeados por varios miles de rifeños.
Zeluán no iba a ser presa fácil para los rifeños, acostumbrados a victorias rápidas y rendiciones fáciles, Zeluán iba a presentar batalla bajo la bandera española, desde un primer momento los mandos y la tropa se conjuran para defender Zeluán a sangre y fuego frente a las constantes y suicidas acometidas de los indígenas. Los soldados junto a sus mandos se mantendrán firmes como leones en la defensa de sus puestos, abortando todos los intentos enemigos por apoderarse de las posiciones españolas:
-¡A mi orden, fuego!
- ¡Pun, pun, pun…!
- ¡No dejéis que se acerquen!
El teniente López es un hábil tirador, él junto a los jinetes del Alcántara defenderan el sector del cementerio, por cada disparo producía una baja segura al enemigo.
El día veintiséis comienzan los problemas, no queda ni una gota de agua en la alcazaba, en la posición hay mujeres y niños, los cuales precisan agua, el teniente López se ofrece voluntario para salir a realizar la aguada, él junto a varios soldados, se preparan con varias carricubas para apoderarse del precioso líquido:
-¡Vamos, en silencio, que no nos han oído!
-¡Los atacaremos por sorpresa!
-¡Vamos a por ellos!
Los hombres de López atacan de flanco, sorprenden a los rifeños y se apoderan del pozo, a bayonetazos y disparos a bocajarro consiguen que estos huyan del lugar, al caer la tarde regresan a la alcazaba. El día treinta el teniente consiguió repetir su acción de nuevo con gran éxito, también conseguiría una noche sorprender a los moros que cavaban unas trincheras, apoderándose de las palas y los picos. Al final del asedio, el teniente volvió a intentar su heroica acción en el pozo, pero ya no volvería con vida a la alcazaba.
El asedio se ha convertido en una pesadilla, el calor del estío marroquí, la falta de agua, vivieres, el nauseabundo olor de los cadáveres insepultos en descomposición se había apoderado del lugar y creaba un ambiente tétrico para los defensores.
En el aeródromo de Zeluán faltan municiones, a través de un mensajero se concierta un intercambio de agua por municiones con los de la alcazaba, un camión aljibe llevaría agua del aeródromo a la alcazaba a cambio de víveres y municiones, es una misión suicida de todas a todas luces, se presentan dos soldados voluntarios, el soldado Eguiluz de aeronáutica acompañado del soldado mecánico Martínez Puche, los voluntarios rechazan la escolta que les ofrecen los del Alcántara.
El conductor y su acompañante se miran, arrancan el vehículo:
-¡Vamos Eguiluz, acelera!
Se lanzan por la pista hacia la alcazaba, Eguiluz pisa el acelerador, los moros totalmente desprevenidos no se lo esperan, disparan sobre ellos, pero milagrosamente el camión consigue su objetivo entre las aclamaciones de los soldados de la alcazaba, tras hacer el intercambio queda lo más difícil, volver al aeródromo, los moros les esperan han colocado una barricada de piedra en la pista, un torrente de disparos se ceba en el vehículo, los dos españoles se miran, saben que el final se acerca y van a morir, los rifeños acaban con los españoles, estos morirán luchando.
Los jinetes del Alcántara salen del aeródromo y rechazan a los rebeldes, consiguiendo arrancar el vehículo e introducirlo en el recinto.
El fin se aproxima, el dos de agosto los nativos han tomado el aeródromo, matan a sus defensores y queman los aeroplanos en las pistas, las municiones y víveres se han terminado en la alcazaba, el día tres el capitán Carrasco tiene que capitular, no queda otra, los nativos sedientos en sangre no respetarán lo acordado y tras apoderarse de las armas de los soldados y sus efectos personales los conducirán a la casa de la Ina, y tras insultarlos, vejarlos y humillarlos los fusilaran, quemando vivos a los supervivientes, también asesinarán en la alcazaba a las mujeres y niños, el capitán Carrasco y el teniente Fernández fueron atados juntos recibieron varios disparos y siendo quemados vivos.
Nueve días ha durado el infierno en la tierra, nueve días de bayonetazos, disparos, angustias, gumiazos, nueve días en la que España se olvidó de sus héroes, no envió socorro para ayudar a estos martires, los cuales hicieron todo para ser salvados.
Solo el soldado Martínez Puche recibió la Cruz Laureada, en la vorágine del desastre nadie se acordó del teniente López, ni del conductor Eguiluz, pero aquí si los vamos a recordar, no quedarán en el olvido, el ejemplo de estos héroes debe ser nuestra guía diaria y debe presidir nuestro camino, el recuerdo de todos ellos, debe ser constante, y los ideales por los que lucharon estos soldados deben volver a ser nuestra guía.
Somos herederos de una larga historia y debemos sentirnos orgullosos de ella, una historia que muchos hoy en día se dedican a mancillar y pisotear, pero no lo conseguirán, somos la nación más antigua de Europa, el recuerdo de estos defensores de Zeluán debe perdurar para las futuras generaciones, el ejemplo de unos hombres que eran muchísimos mejores que somos todos nosotros, nunca olvidaremos su abnegación, su entrega, su heroísmo y su valor.
JORGE ROWE

Autor:  faustino ballesteros [ 2023 07 09, 8:53 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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Autor:  faustino ballesteros [ 2023 07 09, 8:54 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

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Autor:  faustino ballesteros [ 2023 08 02, 3:02 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

Rendición de Zeluán. 3 de agosto de 1921


El embrujo del Rif.


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Eran las nueve de la mañana del día 3 de agosto. El capitán Ricardo Carrasco vigilaba la disposición de los soldados para salir de la Alcazaba. Estaba con los capitanes de Alcántara, Mauro Fernández Tejedo y Arturo Ballenilla.
Los hombres encabezados por el veterinario Tomás López dejarían los fusiles en la misma puerta y caminarían hacia Nador. Después, marcharían los heridos. Todos irían desarmados, salvo los oficiales. Las condiciones se pactaron con Ben Chel Lal el día anterior. Fuera esperaba una enorme harca de aspecto inquietante.
—¿Qué pensáis? —Carrasco se dirigió a los capitanes de Alcántara.
—No me gusta nada esa chusma —contestó Ballenilla.
—A mí tampoco. Pero no tenemos otra alternativa. Hemos perdido cien hombres y no tenemos agua.
Las nuevas trincheras del cementerio eran imponentes. Otra aguada costaría muchas bajas, aunque pudieran llegar hasta los pozos.
—¿Te fías de Ben Chel Lal? —Mauro Tejedo no podía ocultar sus dudas.
—No sé qué contestarte. Hace un mes habría puesto la mano en el fuego por él. He comido varias veces en su hacienda de Monte Arruit. Su harca nos acompañó en varias batallas, incluso estuvo en Annual. Ben Chel Lal ha ganado mucho dinero con los españoles. Gracias a Silvestre es jefe de la cabila de Beni bu Ifrur. Todo hace pensar que cumplirá su palabra; sin embargo, cuando pacté la rendición, me extraño su actitud. Quería una rendición sin condiciones. Me costó conseguir que nos permitiera salir con vida.
—Muy feo lo pones —dijo Ballenilla.
—No tenemos otra opción que rendirnos. Si los pillamos por sorpresa, quizás podríamos hacer otra aguada, aunque costaría muchas bajas y, enseguida volveríamos a estar sin agua.
—¿No es posible que envíen tropas de Melilla? —sugirió Ballenilla.
—El día 1 le pedí ayuda a Berenguer y me aconsejó que nos retiráramos a la Mar Chica y después al Atalayón. No quiere rescatarnos.
—Entonces solo nos queda confiar en Dios y en Ben Chel Lal —opinó Mauro Fernández mientras observaba la horda congregada frente a la puerta de la Alcazaba.
Los tenientes Enrique Dalias de Regulares y Juan Troncoso del regimiento de Alcántara salieron el día anterior para preparar la rendición y no volvieron, lo que ensombrecía las perspectivas de salir airosos.
Ben Chel Lal, Hammú el de Segangan, su hijo, Sid Tebaa y otros jefes se acercaron a la puerta según lo acordado. La harca acechaba.
Los beniurriagueles continuaban en el cementerio vigilando los acontecimientos.
Carrasco dio la señal y abrieron las puertas. Los soldados, con el veterinario Tomás López al frente, salieron en filas de a cuatro dejando sus fusiles en el suelo. Tomás López saludó a Ben Chel Lal con una inclinación de cabeza. El moro le contestó de la misma manera. Comenzaron a salir los heridos; los más graves, en camillas. Todo sucedía con normalidad. El peligro estaba en la actitud acechante de los moros.
—Bueno, vamos allá.
Carrasco y los dos capitanes de Alcántara se incorporaron a la columna.
El soldado Juan Gámez Oria, al recoger sus cosas para salir, tropezó y tiró una pared de madera, oculta por una manta tras el catre donde dormía el auxiliar de Intendencia Julio Leompart César. Descubrió tres bidones llenos de agua. Juan sabía que Leompart vendía víveres, aunque jamás pensó que fuera capaz de robar agua para venderla. Al ser de intendencia, era uno de los que controlaban el suministro de agua y provisiones. Juan pensaba denunciarlo en cuanto llegaran a Melilla. No era un chivato, pero no podía permitir que quedara sin castigo un hecho así.
Los hombres llegaron al río y metieron su cabeza en el agua para hartarse de beber. Subsistían con un cuarto de litro diario desde el comienzo del asedio. Estaban sedientos.
En ese momento los moros dispararon contra los españoles desarmados. Todos empezaron a correr. Los porteadores tiraron las camillas y escaparon campo a través perseguidos por los jinetes de Hammu el de Segangan. Había comenzado la matanza.
El veterinario Tomás López se enfrentó a los moros traidores pistola en mano y cayó al río mortalmente herido. La llanura de Zeluán se llenó de soldados que corrían. Los jinetes de Hammu los cazaban a tiros entre grandes carcajadas. Era un siniestro festival.
Muchos hombres, asustados, dieron la vuelta para entrar en la Alcazaba. Se creó un formidable atasco al tropezar con los que salían.
Los capitanes de Alcántara Arturo Ballenilla y Mauro Tejedo sacaron sus pistolas para enfrentarse a los salvajes y murieron enseguida. El capitán Ricardo Carrasco y el teniente Francisco Fernández Pérez fueron capturados por los indígenas de su antigua mía. Carrasco quiso echarle en cara su traición a Ben Chel Lal, pero no se lo permitieron. Los policías lo golpearon.
Después, muertos de risa, le ocluyeron la boca con trapos para que no pudiera hablar y le dispararon dos tiros en las piernas. Hasta pocos días antes esos hombres estaban bajo su mando. Uno de los policías le echó un cubo de gasolina. Se divirtió durante unos minutos amagando con acercar la llama de un encendedor y, luego, le prendió fuego. Los moros aplaudían mientras Carrasco aullaba convertido en una antorcha. Los españoles estaban aterrados. Entre varios moros desnudaron al teniente Francisco Fernández, que gritaba de pavor al ver quemarse a Carrasco, y uno de sus captores le abrió el vientre de abajo a arriba con la gumía. Fernández cayó en un charco de su propia sangre, con las tripas esparcidas en la tierra.
Un moro escondido en la ribera del río cazó al auxiliar de intendencia Leompart. Lo degolló y, al registrarlo, encontró tres mil pesetas en sus bolsillos. Juan Gámez Oria lo vio morir y se tiró al suelo sin saber qué hacer. Si huía por la llanura, lo cazarían los jinetes. Tampoco podía retroceder, pues torturaban a los rezagados. Se arrastró muy despacio y se hizo el muerto cada vez que alguien se acercaba. Pensó que podría escapar, hasta que notó un fuerte un tirón de las piernas. Dos moros sujetaban sus pies, muertos de risa. Le pegaron puñetazos y patadas y lo obligaron a ir hacia el poblado. Lo llevaron al cortijo de Gómez. El dueño ostentaba la representación del vino jerezano La Ina. Había un gran letrero en la puerta "Casa la Ina". Juan Gámez vio con terror los cadáveres mutilados en el patio. Desde el sótano se escuchaba un gran griterío. En el jardín los moros quemaban con gasolina a varios hombres. Si no podían quemarle los genitales, por los movimientos evasivos del individuo, le echaban un chorreón de gasolina y le prendían fuego. Algunos moros despiezaban en vida a los prisioneros. La sangre corría a raudales. Otros arrancaban o quemaban ojos. Un sargento español de Regulares, muy fuerte, golpeó con una estaca la cabeza del moro que intentaba arrancarle la nariz con unas tenazas e intentó escapar. Los moros soltaron a Juan Gámez para capturar al sargento. Juan lo aprovechó para huir. Era mil veces preferible un disparo por la espalda que el horror del cortijo de Gómez.
El teniente del 4º escuadrón del regimiento de Alcántara Francisco Bravo Serrano esperaba su turno para salir. Le tocó cubrir la retirada de la columna. Cuando empezaron los tiros se asomó a las almenas y vio la matanza. Corrió a la parte trasera de la Alcazaba y se arrojó por uno de los torreones seguido por ocho hombres. Los moros mataban y saqueaban en la puerta principal dejando sin vigilancia el resto de la fortaleza. Francisco Bravo y los soldados escaparon hacia un bosquecillo de pinos cercano.
El alférez Ángel Calderón Gaztelu era el oficial más joven del regimiento de Alcántara. Tenía 20 años y había nacido en Pamplona. Sus padres eran el coronel Vicente Calderón y Concepción Gaztelu. Acababa de salir de la Academia de Caballería. Había participado en las cargas del Igan y llegó a Zeluán con los capitanes Ballenilla y Fraile. Estaba en las almenas con el teniente de ametralladoras Luis Martín Galindo cuando sucedió la matanza. El teniente Martin corrió hacia la parte posterior de la Alcazaba y saltó la muralla. El alférez Calderón quiso seguirlo, pero dos moros lo engancharon. Uno apoyó la gumía en su cuello.
—Paisa –dijo el alférez con aplomo—. Mi familia es rica. Si me liberas, te pagará mil pesetas.
El moro lo miró, feroz. Ángel pensaba que lo asesinaría allí mismo.
—Dos mil —propuso.
El alférez aceptó.
El teniente del 5º escuadrón de Alcántara Román del Campo Cantalapiedra con los sargentos Miguel Rivero Lizcano, Arturo López y Gonzalo Márquez y el soldado Texifonte Expósito, salieron juntos abriéndose paso a tiros. Hacían un fuego muy certero y pudieron recorrer más de cien metros antes de caer abatidos.
Una horda entró en la Alcazaba asesinando a los encontraron a su paso. El capellán castrense Francisco Matellán, el teniente médico Fernando González Gamonal y el practicante Javier Játiva estaban en la enfermería protegiendo a los heridos. Los cabileños entraron encabezados por los regulares y, entre risas, los empujaron hacia el interior de la habitación y los quemaron a todos con gasolina.
María Martín y su hija Antonia Galán huyeron de la Alcazaba por la puerta principal y consiguieron eludir el primer círculo enemigo. Iban con los tenientes Miguel Rivera y Juan de María de la Policía Indígena, el teniente farmacéutico Manuel Miranda y dos paisanos, Rafael Antúnez, el hijo de la maestra y Vicente Molina, un representante de vinos. Todos corrieron en dirección a Zoco el Arbaa.
Cayeron los dos paisanos. Después, recibió un tiro en la cabeza el teniente de María. Los tenientes Rivera y Miranda iban tan deprisa que las mujeres cayeron al suelo al intentar seguirlos. El sargento de Regulares Tayauy el Jalifa, un desertor del día 23, se encontró con ellas por casualidad. Quedó estupefacto unos segundos. Enseguida comprendió que eran un regalo divino por su piedad al incorporarse a las fuerzas del islam para luchar contra los cristianos, y las llevó a su casucha en la ribera de la Mar Chica.

Autor:  faustino ballesteros [ 2023 08 04, 12:41 ]
Asunto:  Re: Zeluán el asedio del ejército

Jefe, oficiales, portaguion y legionarios tras ocupar Zeluán.
Comantandante Fontanes y el portaguion del Aguila del Cesar, elDuque de Montemar
19 de Marzo de 1.922.
Fontanes fue el primer Comandante de la Legión fallecido en acción de guerra.
En la Ocupación de Ambar, distinguidísima fue la actuación del Comandante Jefe de la IIª Bandera de La Legión D. Carlos Rodriguez Fontanes.
En la última fase del combate, cuando dirigía personalmente a sus Legionarios y se acercaba para auxiliar y animar a un Legionario de los muchos que caían en aquel momento recibió una herida gravísima en el vientre.
El Cabo Legionario D. Damian de Blanco de Benito, cuando mayor era la intensidad del fuego enemigo, marchó inmediatamente a recogerlo ayudado por los Legionarios D. Juan Ortiz Exposito y D. Pedro Cano.
Fue retirado a la posición principal merced a la serenidad que, en todo momento, demostró.
Falleció en la misma posición al amanecer del día del combate.
Dejó nueve huérfanos, era viudo, y su hermana, que era la que cuidaba a sus hijos también había fallecido hacia poco tiempo.


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Fuente Coloreando la historia.

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