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Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
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Bona
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 Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
CUANDO FUIMOS LOS MEJORES

Cuando nos licenciamos de la mili, empezaba una nueva vida realmente para mí.En esa época, si no tenías la mili o la PSS hecha no eras nadie. Tuve suerte y encontré un buen trabajo cerca de casa, que me permitió vivir durante un tiempo con una independencia nunca vista hasta entonces, pero, al final, siempre me acordaba de Melilla y de mis amigos. Ésa era una época en la que soñaba muchísimos días que volvía otra vez al cuartel de Santiago a hacer la “segunda mili” o a repetir el último mes por un fallo, e incluso llegué a hacer la “tercera mili” (todo según mis sueños, claro).
A pesar de estar pasando el momento más dulce tanto económicamente como con mi novia y familia, seguía echando de menos la maldita Melilla.
Aún seguía en contacto con varios amigos de la mili. Mis GRANDES amigos Pedro, Sergio y Santi también tenían la mismos sueños postmilitares y un día les prometí que viajaría a Barcelona (los tres son de allí) aprovechando un megadescuento en el puente aéreo que disponía gracias a mi padre.
Aquel día, volvía al aeropuerto de Barajas a pegarme dos vuelos en un solo día de Domingo, habían pasado varios meses desde la licencia y pensaba en cómo habríamos cambiado, ya no existía esa “famila” forzosa de la mili que te hacía depender de ellos y ellos de tí.Después de una hora de vuelo allí estaban. En el Prat, me estaban esperando los tres con puntualidad inglesa y al vernos fué tal la explosión de alegría que las chicas de la cafetería de al lado hasta se pusieron a hablar con nosotros para saber quienes éramos y por qué estábamos así. Viajé varias veces más a Barcelona, pero, el primero fué inolvidable. Visitamos lo más famoso de la ciudad (la sagrada familia.. etc), la madre de Pedro nos invitó a comer, joder, nos habíamos convertido en los mejores amigos sólo en nueve meses. Estábamos a dos mil quinientos kilómetros de Melilla y había pasdo el tiempo, pero, volvíamos a ser los mismos de entonces.Éramos los mejores. Nos comimos Barcelona ese día y , una vez en el avión de vuelta, recuerdo que, mirando por la ventanilla del avión cómo la ciudad se hacía más y más pequeña,pensé que habían merecido la pena esos nueve meses de sufrimiento y volví a recordar Melilla…https://rinconfilin.wordpress.com/categ ... ta/page/6/
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2015 04 05, 1:01 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
MI AMIGO SIMÓN

Las cosas que se suelen contar sobre la mili suelen ser “batallitas” en parte anecdóticas o incluso divertidas. La de esta vez no lo es mucho, divertida digo, pero me gustaría contarla, nunca se sabe si Simón puede llegar a leer esto.
Conocí a Simón al principio de la mili, en lo que llamaban la UIR, que no era otra cosa que la instrucción antes de jurar bandera.Un chaval completamente normal a primera vista, aunque no teníamos mucho trato. Una vez juramos bandera, fuimos destinados a la misma compañía, en el cuartel de Santiago. Allí nos hicimos buenos amigos, compartíamos opiniones sobre el ejército, no muy buenas, y teníamos amistades comunes.
Los primeros días en compañía fueron horribles, no sabíamos nada sobre nuestro destino,ni sobre los compañeros de otros reemplazos, sólo esperando, haciendo que esa espera fuera más dura que el peor de los destinos.A Simón le mandaron por fin a los archivos del cuartel general, en los que estaba solo, en una habitación en penumbra, cerrada, aislada, esperando que alguien bajara a consultar papeles que nunca había de encontrar. A mí me mandaron a la sección de protección, sección a la que íbamos los que no teníamos nada concreto aún.Poco a poco observamos un cambio en la forma de ser de Simón, empezó a tener problemas de sueño, siempre hablaba de salir de Melilla, que no aguantaba a los mandos, incluso un día tuvo una bronca con el comandante médico en la que incluso llegó a faltarle al respeto. Se convirtió en una persona gris, rara, incluso violenta. Una vez, hablando por teléfono con su familia, vinieron unos chavales a pedirle dinero y el respondió dándole un puñetazo a uno, joder, pensé, si es casi un niño …..
Como el médico de la compañía era amigo nuestro, inmediatamente se hizo cargo de él, rebajándole de servicios de armas y cambiándole el destino por el de conductor. Allí tuvo otros altercados con el cabo primero que no diré su nombre pero sí diré que era un pedazo de cabrón.Una noche me confesó que sólo se encontraba bien cuando apagaban las luces de la compañía y no se oía nada en la nave, pero que cuando encendían las luces a las 7:00 era como si empezara la peor pesadilla de nuevo. Nosotros intentábamos echarle una mano pero aquella época era dura para todos. Muchos servicios, muchos puteos, y la gota que colmó el vaso fue cuando suspendieron los permisos hasta nueva orden. Eso desmoronó a muchísima gente y a punto estuve yo de irme a pique. Simón tuvo suerte y le dieron un permiso especial de 15 días en los que se fue a su casa, pero la vuelta fue peor de lo que esperábamos, vino convertido en un despojo humano, había perdido peso, era un muerto viviente y su depresión era tal que vino su familia unos días desde León para apoyarle. Me dijo que, durante el permiso, cada día que pasaba en casa era uno menos que le quedaba para volver a ése, su infierno particular. Un día, harto de sus depresiones y paranoias , me enfrenté a él y le dije ” te voy a quitar la depresión a ostias” y su reacción fue tal que me dejó desarmado totalmente: “a ver si es verdad, empieza, si con eso pudiera estar bien”. En pocos días ingresó en el hospital militar con un cuadro médico de medio folio incluyendo anorexia, odio hacia lo militar etc. Nosotros nos quedábamos con él casi todos los días y el fin de semana nos saltábamos el horario de visita y le hacíamos compañía aún a riesgo de que nos cayera un buen puro hasta bien tarde. Días más tarde le dieron una próroga de 2 años y pendiente de tribunal médico por incapidad para el servicio después de mes y medio de tortutarlo hasta casi acabar con él. El chaval que se despidió de mí ya no era el mismó que conocí en la UIR. Nunca más supe de él y eso que me juró que nos escribiría a y a los que le intentamos ayudar.
A veces, cuando miro el álbum de fotos pienso en qué habrá sido de él…
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2015 04 05, 1:21 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (I). EL PREÁMBULO

El gobierno militar era un hervidero de jóvenes que hacían fila para poner en orden su obligación para con su patria.Se repiraba un ambiente de nerviosismo, miradas de reojo y camaradería ante la situación que se avecinaba.
-Has puesto una cara como si te hubieran el sello en los huevos- Dijo Antonio.No me quedó otro remedio que asentir con una sonrisa, aunque mi cabeza no había asimilado con nitidez lo que había pasado.
Una semana antes aquel mismo funcionario nos había dicho que el único destino posible era Melilla.Alberto y Antonio, compañeros en la misma situación,directamente se negaron a aceptar.A mí me costó ir dos veces más pues cuando me iba a tocar el turno, escapaba totalmente desencajado. -Por favor, despejadme el sitio- dijo el funcionario visiblemente hastiado. Salimos los dos con una sensación de incredulidad ante la insensatez que había cometido.Lo había hecho, resonaba constantemente en mi cerebro. Había Acabado con mi vida civil y firmado nueve meses voluntariamente a donde nunca se me hubiera ocurrido ir ni siquiera de turismo.
-Joder,-dije, pensando en la suerte que había tenido el “Yupi”. Él ya llevaba tres casi meses en León y por no haberme ido con él antes, ahora sólo quedaba irme a Melilla, ciudad de la que sólo sabía que había mogollón de drogas y que de ahí solamente saldrías “emporrado” perdido. El viaje de vuelta se hizo más corto que de costumbre.Los andenes de la estación de García Noblejas, parecían más oscuros y la poca gente que se bajó con nosotros había desaparecido de nuestra vista.
-Bueno Felipe, que tengas suerte-dijo Antonio y nos despedimos en aquel barrio de Bilbao, en un día frío de noviembre, con la sensación de haber cometido una insensatez de libro.https://rinconfilin.wordpress.com/categ ... ta/page/7/
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2015 04 05, 1:28 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (II): La víspera del viaje

El tiempo pasó y aquel día funesto había pasado a ser algo lejano y confuso. Llevaba una vida mitad onírica mitad contemplativa pues no se podía buscar trabajo ni nada que se le pareciese hasta que me fuera a aquel sitio, ¿como se llamaba? ah, si, Melilla. La única información que tenía sobre esa ciudad era lo que mi amigo Ernesto me decía:
“Es de puta madre, yo me lo pasé cojonudo… “, Decía , y empezaba a hablarme de cosas indescifrables con expresiones como “bichines”, “quedarse de patri” y tantas más que a mí me sonaban a chino.
Un día, al llegar a casa después de una mañana de reunión con los amigos, mi madre me dio un carta que había recogido no hacía mucho del buzón. El sobre llevaba el logotipo del ministerio de defensa, lo que me dio bastante mala espina. Lo abrí ligeramente nervioso. Ahora me acordaba, yo eché una solicitud para irme a hacer la mili, jeje, “pero bueno, queda mucho para eso”- pensaba.
El contenido de la carta era sencillo: me autorizaban el corte de la prórroga y me destinaban a Melilla, como yo había solicitado. El 14 de Febero salía el tren “estrella” de Chamartín, camino Almería, una vez allí, saldría un barco hasta Melilla. Mi destino final, el acuartelamiento Santiago.
Me quedé pálido. La realidad me despertaba de una hostia y me arrebataba mi privilegiada existencia.
Al comentarlo con mis amigos, la conclusión era siempre la misma. Había hecho el gilipollas. Muchos conocidos míos se habían hecho objetores y no habían dado un palo al agua en los meses que estuvieron “sirviendo”. Comentando a Ernesto sobre el cuartel, sólo me dijo que no lo conocía pero que había oído que se comía bien.” Lo importante, que no te toque en un cuartel de regulares”- Decía.
No podía imaginarme la que me iba a caer encima…https://rinconfilin.wordpress.com/2009/ ... del-viaje/
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2015 04 05, 1:35 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (III): EL VIAJE A NINGUNA PARTE

Los días, antes lentos y monótonos, ahora pasaban a toda pastilla y , por f in, el día indicado, llegó. Una suerte de última hora hizo que mi primo,compartiera la “suerte “de conocer Melilla desde dentro, con lo que , por lo menos no iríamos solos en el viajecito.
Tuve que dejar a mi novia en su casa excepcionalmente pronto con una muy amarga despedida, pues tenía que últimar los detalles de la “excursión”. Ya en el autobús de vuelta, ni siquiera los acordes rockeros de TOTO puestos en el walkman conseguían evadirme del angustioso desasosiego que sentía por dentro.
Dejaba todo lo que conocía, novia, familia, amigos para , por fin marcharme a , posiblemente el lugar más lejano de mi casa, la puta Melilla.
Maldiciendo la hora en que corté la prórroga, llegué a casa con una cara de miedo, mala leche y sorpresa tal que, mis padres me preguntaron si estaba bien, y no era para menos, estaba blanco como el papel.Tras poner un par de excusas tontas para disimular el miedo, me dispuse a cenar lo que fue lo único decente que comí en días.
En la tele, el numancia, equipo de segunda b, ganaba a un barsa humillado que, solo respondía haciendo faltas a su rival, pero nada de eso importaba, yo miraba una y otra vez el billete de tren: “Tren Estrella: salida : 23:00 de Chamartín llegada: Almería 8:00 am.”
Muchas horas me parecían, pero pensaba que pararía a recoger reclutas por el camino.
Por fín, llegó el momento de salir para la estación. Cargado con mi mochila bien llena de los productos necesarios para algo de lo que no tenía ni puta idea, llegamos a chamartín con tiempo suficiente para encontrarnos con mi primo y mis tíos.
El andén estaba atestado de padres, madres chavales y mochilas. recuerdo el murmullo nervioso y la adrenalina que casi se podía masticar.Mi tía y mi madre nos miraban con cara rara, es un recuerdo extraño y , la verdad es que nunca sabré lo que pasaba por su cabeza en ese momento.
Al montar en el tren y despedirnos de las familias, empecé a notar una sensación extraña. Entrábamos en una tierra desconocida, con gente desconocida, con todo desconocido. Si hay algo que produce una desazón mayor que el peor de los destinos es la ignorancia de saber qué iba a ser de nosotros.
Cuando descubrimos que lo de tren “estrella” era solo por ponerle un nombre era ya demasiado tarde: Yo le hubiera puesto otro más acorde como “tren puta mierda” o algo similar.
El compartimento estaba compuesto por dos hileras con tres plazas por hilera. Recuerdo que me senté en la ventana, desde donde las madres, la mayoría con cara desencajada, despedían a sus hijos con cara muy similiar.
El tren empezó su lento rodar camino de Almería: El viaje había comenzado. Nuestro compartimento estaba formado por dos catalanes, un extremeño un madrileño, mi primo y yo.
Al poco de comenzar el trayecto, el tren se empezó a llenar de humo, los nervios hacían que los cigarros y los porros se consumieran con una rapidez pasmosa. Yo, acurrucado junto a la ventana, no hacía sino maldecir las veces en que fui al gobierno militar, en haber firmado ese papel y en qué coño hacía ahí aguantando a toda esa gentuza, por no decir el ambiente ,que me producía naúseas, ya que ni fumaba ni fumo aún ahora.
El compañero madrileño resultó ser un enterado de todo lo referente a los cuarteles de Melilla, así que empezó la correspondiente ronda de preguntas sobre los destinos tocados. Yo, tenía unas ganas inmensas de averiguar a qué coño pertenecía el mío.
-¿Qué cuartel te ha tocado?- preguntó.
-Santiago-respondí-Acuartelamiento Santiago.
-Bufff. Regulares. Mal rollo.
Recordé las palabras de mi amigo Ernesto:”mientras no te toque regulres vas bien”, bueno, pues no podía ir peor.
El resto de la noche la pasé intentando inútilmente descansar. Todavía, el shock de saber que me había tocado regulares no había sido asimilado. Pero , por otra parte, deseaba llegar y enfrentarme a lo que me esperaba en esa ciudad que, sin conocerla, era ya lo más odiado en mi vida.
Por fin, la noche más larga daba paso a una mañana gris, casi sin sol. El tren “estrella” paró su lenta maquinaria en la estación y , como pudimos bajamos a una Almería tomada por los militares que nos esperaban como de si un rebaño de ovejas se tratase…https://rinconfilin.wordpress.com/2010/ ... una-parte/
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2015 04 05, 1:38 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (IV). LA NOCHE DE LAS MIL CAMAS Por fin , el tren “estrella” paró su lento caminar en su destino final : Almería. Los reclutas bajábamos hechos papilla y , sólo el nerviosismo y por qué no decirlo, el miedo, era comparable al cansancio que sufríamos en general. En la estación, los militares uniformados que nos esperaban, nos metieron en camiones que, una vez llenos de gente, salían hacia el siguiente tramo del viaje, el puerto. Aún quedaba el barco hasta Melilla.
Almería, la verdad , me pareció la ciudad más fea del mundo.El tiempo tampoco ayudaba demasiado a mejorar el ambiente, pues hacía un frío polar y las nubes junto con la llovizna convertían la ciudad en lo más parecido al infierno (hasta ese momento).
Una vez que el “rebaño” fue descargado en una zona del puerto habilitada para tal fin, nos vimos “asaltados” por una legión de vendedores ambulantes que, ansiosos, intentaban colocarnos productos de primera necesidad militar como betún, candados y algunos artículos más que ya no recuerdo.
El tiempo pasaba y el sol no acababa de salir en la mañana, ya avanzada. Algo raro pasaba pues el barco todavía no estaba en el muelle y llevábamos mucho tiempo esperando. El cansancio era enorme, no habíamos comido nada y tanto tiempo de incertidumbre no ayudaba en absoluto.
Después de unas dos interminables horas, un militar, que debía ser un mando a juzgar por sus galones, se dirigió a nosotros en voz alta, mientras los soldados de la policia militar, nos obligaban a guardar silencio.
Una vez más, malas noticias: el barco no salía. El mal tiempo obligaba a quedarnos un día por lo menos en Almería. El que quisiera o pudiera, se podía quedar por sus medios en la ciudad, y los que no, se les llevaría a un sitio donde pasar el día. Mi primo y yo convenimos en quedarnos con los militares y que fuera lo que Dios quisiera. Volvimos a los camiones y acabamos en un lugar insospechado y sorprendente: La base de Viator, el tercio “Juan de Austria”, tercero de la Legión.
El cansancio que sentía era ya inosportable. para colmo, según pasábamos por los barracones legionarios, se abrían las ventanas y legionarios con sonrisas crueles gritaban: ¡¡¡ vais a flipar !!!!!, ¡¡¡¡¡ vais a flipar !!!!, ¡¡¡¡ esta noche vais a flipar !!!!!.
La sensación de aquella mañana era indescriptible. No podía creer lo que estaba pasando, quizá era un mal sueño. Pero la realidad volvió de golpe, cuando nos llevaron a un almacén enorme. Una vez allí, nos dijeron que no había camas para nosotros y que nos habilitaban el polideportivo para poder dormir. Lo malo era que había que montar las camas…
Creí que ya no podía ser peor el primer día de mili, pero poco después tuve que cambiar de opinión. Montamos en total unas quinientas literas. mil cabeceros, mil colchones y mil somieres, todo ello sin dormir y sin comer desde hacía ya tantas horas que ni lo recordaba.
Después de montar las mil camas, nos llevaron , por fin, a la cantina de la base ,donde pudimos comer algo.
La cantina de la legión me sorprendió, allí había una cantidad de gente muy pintoresca, personajes que parecían sacados de una película de esas de blanco y negro, gente que solo salían en las batallitas de los abuelos: El soldado borracho, el legionario de barba hasta el pecho y gafas de sol como en las fotos de soldados de los 70, y así hasta encontrar especímenes de todas las razas y características.
Por fin, la noche llegó, estábamos agotados, nos metieron en el polideportivo y allí, pudimos dejar nuestras cosas y echarnos en una de las camas. Parecía que llegaba el descanso, pero, una vez libres de tarea y de presiones, muchos compañeros se vinieron abajo y tíos como armarios lloraban como niños desamparados. Aquello era surrealista: hacinados, sucios, derrengados, observábamos una escena de lo más desagradable, hay que pasar por eso para poder describir la sensación. Di las gracias por estar con mi primo, si no habría sido insoportable.
Se apagaron las luces, los cabrones de los legionarios habían prometido “visitarnos ” para no se sabe qué. Los mandos, al final nos pusieron guardia de la policía militar, aunque no lo supimos hasta el día siguiente, pues al minuto yo ya estaba dormido, recuerdo que antes de dormir, estuve pensando que había pasado el que fue, con diferencia, el peor día de mi vida hasta ese momento, y eso que aún no habíamos llegado a Melilla.
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2015 04 16, 12:09 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (V) : ÁFRICA ON MY MIND

Las luces del polideportivo se encendieron al unísono haciendo que nuestro sueño quedara abruptamente interrumpido. Miré el reloj muy aturdido por el shock y el ruido del resto de reclutas: Las siete de la mañana. Mi primo y yo nos levantamos a duras penas sin tener conciencia aún de dónde estábamos y por qué se oía tanto jaleo a esas horas. Tras lavarnos la cara y poco más, salimos a la gélida explanada donde teníamos que formar. El sol no había salido aún y la luna llena iluminaba de forma tenue toda la base dando un aspecto espectral a toda la instalación. Me invadió una extraña alegría (ridícula vista ahora). Había pasado un día, un infernal día, si, pero eso significaba una cosa. Quedaba un día menos para terminar la mili. Había comenzado la cuenta atrás (Eso era moral y lo demás tontería). Una vez formados, nos informaron de que, por fin, saldría el barco del maldito puerto y que llegaríamos a Melilla por la noche. Una vez más, volvimos a montar en los camiones de transporte y, hacinados como el ganado, regresamos al ya familiar puerto de Almería. Nos volvieron a formar (Dios, cómo lo odiaba) y recibimos el billete de nuestro camarote. Desgraciadamente, el reparto de plazas se hizo de forma aleatoria con lo que el camarote de mi primo y el de nuestro amigo sevillano quedaban totalmente separados. Bueno, pensé, nos veremos en cubierta. Al llegar al camarote, la sorpresa no fue muy agradable: el de los hermanos Marx era, comparado con éste, una casa de esas que salen en “mujeres ricas” o similares programuchos televisivos. Y encima había de ser compartido con tres personas más… Afortunadamente, los compañeros eran muy buena gente, y el miedo, la proximidad con el destino funesto, o lo que leches fuera, hizo que la estancia fuera por lo menos, agradable. Al dejar mis cosas, me dispuse a buscar a mi primo. Lo primero que hice fue subir a cubierta para observar el panorama que era, por llamarlo de alguna forma, desolador: hay varias cosas que hacen que todos seamos iguales: la muerte, el comunismo y, allí lo comprobé, la mili… Cientos de chicos con pintas de refugiados de guerra (llevábamos más de 48 horas sin poder lavarnos) en grupillos de toda condición, se desparramaban por la cubierta del TRASMEDITERRÁNEA. Sólo la visión de los delfines siguiendo el barco me distrajo de la firme intención de encontrar a mi primo. Después de patearme el barco de arriba a abajo sin éxito y con un mareo impresionante a consecuencia del bamboleo (no olvidemos que era febrero), me rendí y volví a mi camarote. Allí estaba uno de los compañeros, con una cara de funeral que ya me se me hacía habitual entre todos los que íbamos a Melilla. Llevaba todo el rato allí sentado y no tenía intención de moverse de allí hasta que terminara el viaje. Era el tipo de tío que muy probablemente sería carne de novatada en su destino, por lo que me dio bastante pena. Para rematar la faena, empezó a contarme su vida, y me vi obligado a levantarle el ánimo. No habíamos llegado al cuartel y ya se venía abajo. Este tipo de cosas, daba a este viaje desde Madrid ya, un aspecto de pesadilla a todo lo de alrededor. Mi cerebro no asimilaba que dos días antes todo era tranquilidad y familiaridad, y que en poquísimo tiempo, se había convertido en un infierno en el que todo lo vivido antes no existía. No estaban mis amigos ni mi familia (solamente mi primo desparecido). Me encontraba en un sitio extraño, con gente extraña, en una situación desesperante, y encima, esa interminable espera. La incertidumbre de no saber qué me esperaba al llegar al cuartel era casi peor. Decidí no moverme tampoco yo de mi camarote e intentar dormir un poco, cosa que no pude hacer. Mi estado de nervios era cada vez peor según pasaba el tiempo. Después de estar unas cuantas horas metido en mi camarote con mi compi, entraron los otros dos que quedaban. Ya estábamos llegando y tocaba recoger las cosas y subir a cubierta. Había llegado el momento. Recogí mis cosas y sin decir ni adiós a mi compañero de camarote (no me pregunteis por qué) subí a ver cómo el barco llegaba a nuestro destino. Una silueta costera se dibujaba en el horizonte. Se podían ver algunas luces ya que estaba empezando a oscurecer. África, pensé. Nunca creí que lo vería de esta forma. No pude apreciar la inmensa belleza de verla así, mi mente empezó a funcionar a todo trapo pensando en qué sería de mí en ese sitio maldito. De repente, al mover la cabeza, pude ver a mi primo y nos volvimos a juntar al menos para el final del viaje. Habíamos estado buscándonos sin éxito mútuamente . Del compañero sevillano no volvimos a saber de él. Por fin el barco estaba lo suficientemente cerca de la costa para ver el puerto de Melilla. Habíamos llegado. El barco empezó a hacer las maniobras de atraque, había comenzado la aventura…
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2015 04 16, 12:17 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (VI) LA LLEGADA

El barco por fin paró sus motores en el puerto. Rápidamente nos sacaron por unos conductos tubulares similares a los de los acuarios de los zoológicos para apelotonarnos en una explanada donde nos distribuían por destinos. – Suerte-me dijo mi primo-nos veremos por la ciudad (esa fue la última vez que le vi durante aquellos nueve meses). A los “afortunados” que nos había tocado el cuartel de Santiago, nos colocaron al lado de un muro enorme en el que, a pesar de estar casi en total oscuridad, se distinguían las luces rojas propias de los cigarros o similares que de vez en cuando aumentaban su intensidad para volver a su estado de reposo. Era un espectáculo. Para esa gente que se escondía detrás de sus cigarros era un show. Lo habían visto cientos de veces y seguro que-pensé-se estaban riendo entre calada y calada. Había un silencio absoluto sólo roto por las voces de los mandos colocando a cada recluta en su sitio. Una voz ruda y desagradable me ordenó a gritos que formara (una vez más) entre un grupo que a cada momento se hacía más numeroso. Todo se tornó irreal nuevamente. La brusquedad con la que éramos tratados ahora era aún mayor que la que habíamos sufrido anteriormente. De repente vi a un presonaje cuyo atuendo ya me era familiar. Llevaba el uniforme de la legión con su borla cayendo en medio de la cara. una perilla de chivo y una expresión dura remataba la figura del soldado que, al ver nuestras expresiones, se quiso divertir paseándose entre las filas preguntando con voz medio ronca quién se iba a venir con él al tercio de la legión. Ni de coña-pensé- va a ir tu puñetera madre. Una vez contados, a la voz de :¡Rápido, a los camiones! se produjo una marabunta de chicos y petates que pugnaban por ver quién subía primero porque nadie en esas circunstancias quería llegar el último. Al final, hacinados en otro transporte de “ganado” militar, el camión subió hacia el centro de la ciudad de la que apenas veíamos nada. Había algunas “personas” que, al vernos nos hacían signos de cortarnos el cuello y cosas similares. Me sorprendió que nos hacían una señal que no había visto nunca y que no comprendía el significado. Golpeando la mano plana sobre la otra en posición circular hacían un ruido como de un tapón descorchado. Más adelante comprendimos todo el ritual… subimos y subimos por calles desvencijadas hasta llegar a una instalación enorme compuesta de varios edificios blancos del estilo barracón. En la puerta donde paramos para que nos dieran el visto bueno pude observar lo que no creí que fuera, en el fondo, posible. Una especie de crespón verde lleno de bandas con la bandera de España coronaba la puerta principal del cuartel y encima suyo conseguí ver la fatídica inscripción: REGIMIENTO MOTORIZADO DE REGULARES Nº 52 seguido del ya famoso TODO POR LA PATRIA. Regulares. La jodimos. Ahora sí que se vino abajo toda esperanza. Había llegado a “la legión mal pagada”. Descendimos de los camiones con un frío de justicia y nos pasaron al comedor. Nunca había visto ninguno tan grande: era un vasto salón en cuyas paredes había cuadros con motivos coloniales y bélicos. Ocupando el espacio, un inmenso paisaje de mesas blancas y, alrededor de ellas, unas sillas naranjas de plástico; todas elllas clavadas al suelo. He de reconocer que no cenamos mal (emperador a la plancha no era mi idea del rancho, la verdad) pero al salir empezó otra vez el show de gritos y maltratos.
Tras coger nuestros datos nos llevaron a lo que iba a ser mi casa durante varios meses: Un barracón enorme como el de las películas de guerra, “amueblado” con algo muy familiar: cuatro filas de literas iguales a las que habíamos montado en Almería; en las viejas paredes colgados, consignas del cuerpo de infantería al que ahora pertenecíamos. Todo tenía un aspecto decrépito, anciano, vetusto… Al llegar, un soldado uniformado me ayudó a encontrar mi litera y me llevó a una mesa donde otro soldado-bastante más cabrón- me hizo firmar mi incorporación al ejército español hablándome como si estuviera tratando con un animal (el muy cabrón). Al rato ya tenía mi litera y mi taquilla asignada… justo pegada a los servicios, al final del barracón. Estaba sin hacer y me habían colocado la ropa de cama doblada encima para que la hicera ” a la voz de ya “. Cuando llevaba media hecha, apareció mi compañero de litera. Era un chico mayor que yo, bastante apocado, con gafas, que estaba sacando cosas de su taquilla. De pronto una voz resonó con eco en todo el barracón: ” ¡¡ todos fuera con una toalla !! ¡¡ a la puta carrera !! ¡¡ aquí no se corre, se vuela bajo!! . Tengo que reconocer que me asusté tanto que no vi que me faltaba una manta por poner en la cama. Al darme cuenta, se me vino el mundo encima. Me iban a pillar y no sabía qué me podría pasar. Entonces mi compañero, me dijo:”venga vete, ya te lo pongo yo, ¡ rápido !. No lo pensé dos veces, salí pitando medio desnudo con una toalla y unas zapatillas por toda indumentaria. Allí, en el mes de febrero, a eso de las diez de la noche con un frío polar, estábamos medio en bolas unos cincuenta tíos en formación. Ateridos de frío, nos llevaron a las duchas. ¡¡ por fin !! una ducha después de 2 días. Era reconfortante sentir el agua caliente caer por el cuerpo hasta que, treinta segundos de reloj después se cortó el agua y el mismo legionario que nos estaba “instruyendo” desde que llegamos nos sacó casi a patadas, para volver a formar, en pelotas prácticamente y mojados en la cruda noche invernal melillense. Sin saber qué estaba pasando, un grito salvaje retumbó en todo el cuartel :”¡¡ a la puta carrera, al que llegue el último le pego una patada en los huevos !! ” . Tengo que decir que me lo creí totalmente pues llegué el cuarto. Recuerdo que,cerca mío, un compañero tuvo la desgracia de caérsele la toalla y el pobre intentaba sin éxito correr mientras se colocaba, recibiendo toda clase de empujones e improperios de nuestro querido instructor. Por fin, muertos de miedo y de cansancio, nos dejaron irnos a la cama no sin antes agradecer a mi compañero de litera lo que había hecho por mí anteriormente. Estuvimos charlando un rato con la gente de alrededor antes de acostarnos en lo que fue lo más agradable del día hasta que otro grito nos mandó a la cama al mismo tiempo que las luces del barracón se apagaban de repente…
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2015 04 16, 12:27 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (VII): SOLDADITO ESPAÑOL

¡¡¡ Compañía!!! ¡¡¡ Diana !!!. Centenares de ojos se abrieron al mismo tiempo. Segundos después, los reclutas ya estábamos haciendo la cama a una velocidad de vértigo. No hay nada como un ” al último le voy a meter un puro que se va a enterar” en boca de alguien con uniforme de la legión y cara desencajada para “quitarse la caraja”-como nos decían. Rápidamente pasamos a los servicios para prepararnos, lavarnos y demás menesteres postnocturnos. El servicio era una colección de lavabos que en su día fueron blancos sobre un suelo del mismo color, en cuyo frente había un espejo gigante que recorría las cuatro paredes. En principio no era un mal comienzo, hasta que descubrimos que el agua caliente brillaba por su ausencia, pero lo peor estaba por llegar. A la izquierda de los lavabos había un pasillo que llevaba directamente a la sala de los horrores: una fila de unas seis puertas translúcidas de cristal en las que se vislumbraba perfectamente a los compañeros en una posición que podríamos calificar de “poco digna”. Las tazas habían sido sustituidas por el diseño “taza turca” consistente en un agujero en el suelo. Este tipo de taza poco vanguardista tenía varios inconvenientes, aparte de la incomodidad de estar en cuclillas unida al espectáculo garantizado que se ofrecía al ser perfectamente visible, había que unirle algo mucho más escatológico si cabe: La puntería, que debía de ser milimétrica, pues era muy probable que al entrar tuvieras que vértelas con algún souvenir mal atinado. Si a todo le unes el hacinamiento de todos los que éramos en aquel barracón, del concepto de “comodidad” o “intimidad” sólo quedaba el recuerdo de mi casa y mi habitación que, aunque compartida con mi hermano, era el ritz comparado con eso.
Cuando terminamos de prepararnos, salimos a formar al patio del cuartel de Santiago. Dicho patio era una explanada entre seis barracones blancos. Cada barracón tenía su enseña, no obstante era curioso que los tres de enfrente nuestro se hallaban decorados con una media luna atravesada por dos fusiles. Eran la primera, segunda y tercera compañías de regulares, cada una con su “eslogan” (no recuerdo dichas frases, pero eran del tipo “me atrevo” y cosas por el estilo). Las nuestras no eran tan ardorosas y, por mi parte ni falta que hacía. El grupo quedó formado y contado por nuestros auxiliares. A aquel personaje legionario con barba de chivo se le unieron varios más,aunque no todos eran legionarios;algunos incluso llevaban galones en los hombros. Nos dividieron en varios grupos o “secciones” como lo llamaron y se dispusieron a darnos una charla de “bienvenida”.
– Ahora ireis a por vuestro traje de mimeta. Os darán dos, pero ,hasta vuestra jura, sólo os pondreis uno. Eso hacía un total de treinta días sin cambiarnos de ropa. El sueño de todo tío. Había dos tipos de trajes: El “mimeta” que era el de soldado de toda la vida y el de “bonito”. lo de mimeta era porque se suponía que se mimetizaba con el entorno.
– Melilla es una ciudad normal-continuó el instructor-No hagais caso de todo lo que se habla o se cuenta; pero evitar los sitios oscuros y no vayais en grupos de menos de cuatro… Totalmente normal-pensé- en mi barrio si no vamos diez o doce no salimos de casa, no te jode… – Como os decía es como cualquier ciudad, pero no os acerqueis a la cañada de la muerte… Sólo con oír esa frase quedé totalmente convencido de dos cosas: No iría a la cañada esa ni aunque me prometieran 15 días de permiso extra (por lo menos a esas alturas de mili no), y la segunda era que sí, Melilla era como cualquier ciudad normal, pero del tercer o cuarto mundo. Después de aleccionarnos con otras “normalidades” melillenses, uno no sabía si salir a la ciudad o quedarse los nueve meses en nuestro chalet abarraconado, pero dicha decisión fue aclarada rápidamente: Los servicios se cerraban desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, no se podía comer ni beber dentro, no había tele y los ruidos de los veteranos ponían nerviosos a lo pobres nuevos: Saldríamos a la ciudad aunque nos estuviera esperando el ejército marroquí en zafarrancho de combate. Las perspectivas no eran muy alentadoras en cuanto lo que nos esperaba fuera, pero cuando nos explicaron lo que nos esperaba dentro, la cosa no fue sino a peor. Palabras como “barrigazos”, “rostrogordo”, “maniobras” o “imaginarias” salían por la boca de los instructores, haciendo que nos quedáramos como estábamos prácticamente. Por fin, llegó un pequeño descanso. Allí tuve la suerte de coincidir una vez más con mis compañeros de litera y adyacentes. Encajamos perfectamente y poco a poco nos iríamos convirtiendo en la pandilla durante ese mes hasta la jura. Un rato después nos dieron el famoso traje de mimeta. Ahora ya lo éramos. Bueno, aún no, pero pareciamos de todas todas un soldado, un soldadito español…
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2015 04 16, 12:31 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (IIX): MELILLA, DIA 1

Otro nuevo día amaneció en Melilla con los consiguientes gritos e incomodidades pasadas que se convertirían poco a poco en cosas cotidianas, apenas sin importancia.
Vestidos con nuestro nuevo traje de “mimeta”, salimos hacia el comedor para desayunar. Al salir del cuartel no pudimos sino maravillarnos de aquella bellísima vista que se presentó ante nuestros ojos: Desde nuestro barracón vi lo que sería uno de los más bonitos y espectaculares amaneceres que nunca observé aún a día de hoy. Es quizá la imagen que más se me quedó grabada durante mucho tiempo. Las palmeras, los edificios, nuestro cuartel, todo aparecía bañado por una increíble cantidad de colores producidos por el sol, un sol que apenas sobresalía del horizonte azul. Eso nos hizo descubrir que aquel agujero infecto al que habíamos ido a parar tenía cosas bonitas, muy bonitas…
Después de desayunar el “pochascao”-una especie de colacao cuyo parecido con el original era únicamente el color- nos formaron en la explanada del cuartel.
Desde esa hora y hasta el final del día estuvimos haciendo “orden cerrado”. Era una forma de decir “todo el santo día desfilando y haciendo el cabra con el CETME”. También tuvimos la “suerte” de conocer a todos nuestros instructores, hasta nuestro capitán.
Nuestro capitán, era un militar a la vieja usanza: gafas de sol, perilla reglamentaria y una pinta de mala leche que hacía que te temblara la voz al hablar con él o las piernas cuando pasabas cerca. Era Dios. El que decidía si ese día íbamos al cielo o al inferno.
Luego estaban los mandos intermedios. Éstos se preocupaban concienzudamente de putearnos lo que pudieran con tal de que el día de la jura desfiláramos como Dios manda. Delegaban en nuestros auxiliares, que eran compañeros de reemplazo superior, que era lo mismo a decir casi mandos para nosotros, pobres reclutas.
Al fin, terminó nuestra “jornada” y nos dejaron salir de paseo a la ciudad. Hacía cuatro días que había salido de casa y no había podido dar una vuelta en libertad como una persona normal.
Esa tarde, bajé con Ángel a dar una vuelta por la parte más o menos cercana del cuartel. Llegamos a la avenida Juan Carlos I, y allí pude ver qué tipo de ciudad era Melilla.
La avenida era una calle grande con dos carriles para coches que llegaba directamente hasta la plaza de España, donde se encontraba el ayuntamiento y el cassino militar. La formaban multitud de edificios de estilo modernista, muy del tipo del barrio de Salamanca de Madrid. Parecía totalmente una ciudad “normal” a nuestros ojos. Estaba llena de tiendas; muchos bares repletos de soldados, bazares y algo que nos llamó la atención: joyerías. Había muchas joyerías repartidas por la avenida y calles adyacentes.
al enfilar la avenida, se nos acercó un musulmán (en aquella época, moro) y nos dijo algo de forma ininteligible. Al preguntarle qué decía respondió:
– Que si queres grifa, grifa buena.
En plena calle, delante de todo el mundo nos estaban ofreciendo droga, como quién pide la hora, increíble. Tras la negativa, continuamos andando. Otro moro, cargado de ropa, relojes y demás cacharros se nos acercó y una vez más nos ofrecieron mercancía, aunque esta vez de otro tipo. Al echar un vistazo vimos que absolutamente todo era de imitación, desde los relojas hasta los pantalones, pero denotaban un gran esfuerzo por parte de los falsificadores, recuerdo que hastal los Levi’s tenían el holograma de autenticidad…
Poco después, nos llegó la cara más amarga de la ciudad. Niños de unos 6 años deambulaban buscando clientes para venderles unos chicles de una marca marroquí.
Esas caras sucias, llenas de mocos, transmitían tal cantidad de tristeza que se nos partía el alma. Era increíble ver cómo los melillenses los apartaban como si nada, como si no existieran. Esta ciudad era totalmente descorazonadora, dentro del cuartel, insoportable, fuera casi peor.
Un niño se me acercó con la caja de chicles en la mano, pero no me ofreció ninguno. Tan sólo me pidió una galleta de las que estaba comiendo en ese momento del tipo “principe”.
No pude hacer otra cosa más que darle todo el paquete mientras le sacudía el pelo cariñosamente.
Al poco volvimos al cuartel, pensando en cómo era posible que en España a finales del siglo XX, todavía los niños tuvieran que pasar por estas situaciones y maldijimos a todos los políticos, a los de aquí y sobre todo a los de nuestro país vecino, Marruecos.
Con la pena saliendo por nuestros poros, volvimos a ponernos el mimeta para cenar y la formación nocturna, con la sensación de haber vivido un mal sueño.https://rinconfilin.wordpress.com/categ ... ta/page/6/
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2015 04 16, 12:41 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (IX): LA U.I.R.

Después de la traumática experiencia del primer día de paseo urbano, a la fuerza tuvimos que volver a nuestras obligaciones castrenses.
Poco a poco íbamos entrando en ese mundo militar. De acelerar ese proceso se encargaban concienzudamente nustros instructores con un lavado de cerebro total y metódico.
En una de esas charlas en las que nos explicaban los pormenores de nuestra nueva existencia, nos dijeron que este primer mes de febrero-marzo, nos hallábamos en algo llamado U.I.R. , la unidad de instrucción al recluta que básicamente era el período de instrucción en el que nos convertiríamos en verdaderos soldados cuando jurásemos bandera. Todo ese tiempo lo dedicarían a eso, a jodernos la vida hasta que desfiláramos como los ángeles para que el vídeo de la jura nos quedara “perita”.
Los compañeros de otros reemplazos también se encargaron de recordarnos el escalafón oficioso de ese sitio. Éramos “bichines”, lo más bajo de la mili, novatos que ni siquiera estábamos en destino, la carne de cañón. Lo seríamos hasta que entraran los del siguiente reemplazo, que serían nuestros “chaquis”, a los que debíamos putear por “ley de mili” . Tres meses después entrarían los últimos a los que veríamos, los “cuqlis” que debíamos cuidar de los anteriores. Entonces nosotros seríamos los “wisas”, los amos y señores del acuartelamiento.
La vida cotidiana era muy simple, como toda la vida militar por lo menos a esos niveles: Por la mañana, ejercicio, y orden cerrado hasta la hora de comer. Por la tarde, orden cerrado o clase teórica, y así día tras día con honrosas excepciones y aderezado con lo que se llamaba “servicios mecánicos” que era pasar un infernal día en la cocina del cuartel. En Santiago, un cuartel con tantos soldados que alimentar tres veces al día, esos servicios a la patria se hicieron dignos de un capítulo especial de esta serie. Los fines de semana descansábamos excepto si tocaba algún servicio de limpieza, cocina o puteos similiares.
A nivel personal, todo se vivía como una especie de pesadilla extraña. Contenía todos los ingredientes desasogantes de dichos sueños, pero no conseguías despertar ni aunque lo intentaras de mil formas. Todos estos elementos iban minando nuestra resistencia personal psíquica e incluso física pues la comida no era de muy buena calidad, hacíamos mucho ejercicio y descansábamos poco y mal.
Las noches en mi caso eran casi visto y no visto. Después de la esperpéntica revista nocturna en pijama al borde de la cama, las luces se apagaban y yo normalmente caía profundamente dormido hasta la mañana siguiente al son del “quinto levanta, tira de la manta”. El estado de nuestros subconscientes también estaba ligeramente desquiciado. Una ocasión me desperté a media noche y la nave parecía una tertulia. Los compañeros en sueños hablaban cada uno con su historia onírica y a alguno incluso distinguí oír que decía ” A ver si me libro de esta U.I.R. “.
Mientras tanto, Melilla seguía deparándonos sorpresas, la mayoría desagradables. Un día decidimos ver la playa, dar una vuelta por el paseo y prepararnos para el verano, que aunque quedaban varios meses, nos lo íbamos a comer allí enterito.
Pasamos el puente del Río del Oro, nombre pésimamente puesto pues era un charco pútrido que despedía un olor desagradable, sin duda producido por la cantidad de mierda que descansaba es su lecho. Un poco después llegamos al paseo. Era del tipo de ciudad costera normal. Habría pasado por ser el paseo marítimo de cualquier ciudad de Levante o Andalucía, excepto por un pequeño detalle: En la arena vimos lo que no he vuelto a ver en ninguna playa ni siquiera en invierno. Había Montañas de basura, montones de más de un metro de porquería que dibujaban una cordillera grotesca. Ni la playa era normal en este sitio, pensamos. Iban a ser unos nueve meses, largos, muy largos…
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2015 04 16, 12:49 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (X): LA U.I.R: COCINA

Lo más duro durante esos primeros días de U.I.R. eran las tardes al volver de la calle al cuartel. Poco a poco nos íbamos acostumbrando a ese otro cuartel enorme que era la ciudad con todos sus inconvenientes, pero después de un rato en un mundo casi civil, subir la carretera de cabrerizas y entrar en Santiago era un mal trago.
Lo único que merecía la pena en esos días era la compañía pues estar solo podía convertir la existencia en un infierno interminable. Gracias a mis inolvidables amigos nunca tuve esa sensación. Sí que es cierto que sentía mucho estar distanciado de mi gente y sobre todo mi novia, pero la sensación de soledad que pude observar en algunos compañeros nunca la tuve.
Una vez cenados, nos hacían formar rectos como palos en aquellas noches heladas. Los auxilares paseaban entre nuestras filas intentando descubrir quién iba borracho o drogado para empaquetarlo convenientemente, aunque también se divertían hablándonos o haciendo que alguno saliera de la formación para meterle un puro. Ni un movimiento, ni un pestañeo. Y la cabeza alta, muy alta, debíamos “verle los huevos a San Pedro”. Entonces empezaba la retahila: Primero a pasar revista. Después los servicios, imaginarias, limpiezas y la temida cocina. Se oían cosas terroríficas sobre ella. Todo el día trabajando sin parar de fregar, barrer y menesteres similares bajo el yugo de los “bisagras”. Esta expresión definía al soldadito que, en vez de tocarse sus cojones, se los tocaba a los de reemplazos inferiores. Podían ser desde inocentes novatadas hasta cualquier cosa que se le pasara al cabrón por su cabeza hueca…
– ¡cocina…!-el instructor gritó los apellidos de los pobres reclutas que pasarían un día en aquel infierno. Al escuchar mi nombre, no pude hacer otra cosa que mascullar un taco. Al menos, me dije, la haría con mis amigos que habían sido “agraciados” también con el premio.
Al día siguiente, después de desayunar nos condujeron a la cocina del acuartelamiento Santiago.
Era una caos lleno de ollas gigantes en un suelo sucio. Había mucho movimiento, tocaba, perdón, NOS tocaba recoger todos los desayunos, fregar y barrer el comedor la cocina, lavar una inmensidad de cajas llenas de vasos de cristal. Para colmo, el cabo cocinas era un cabronazo y se entretuvo toda la mañana con nosotros mandando cosas estúpidas con la intención de retrasarnos en lo posible para no dejarnos descansar ni un momento.
Esa rutina diabólica se multiplicaba por tres: desayuno, comida y cena. Ese día recuerdo que lavé más de mil vasos en los tres turnos. Descubrimos la calidad y la higiene de los que nos hacían y servían la comida, algo poco gratificante por llamarlo de alguna forma.
El trabajo era esclavizante, durísimo, comparado con esto, la instrucción eran unas vacaciones en Hawaii, pero lo peor llegó al final del día cuando, agotados, estábamos a punto de finalizar y sólo pensábamos en llegar a nuestras literas para descansar
Había llegado la hora de las novatadas. Era nuestra primera cocina y éramos bichines novatos, carne fresca.
Empezaron por Pedro cuando le intentaron humillar rompiéndole el mono, ahí empezó la rebelión. Nos podían putear de muchas formas, pero Pedro era intocable, si le hacían algo se lo hacían a todos nosotros. Sólo recuerdo un par de cosas. A nosotros fregonas y escobas en ristre dispuestos a todo por defendernos, y lo mejor. Cuando las cosas se pusieron feas y tres gilipollas de esos fueron a por Pedro, en vez de defenderse físicamente hizo algo aún más poderoso. dijo:
– ¡ Soy abogado! si me haceis algo, cualquier cosa, os meto un puro que os vais a cagar todos.
Más efectivas que una ristra de puñetazos, esas amenazas tan convincentes hicieron que de repente volvieran las aguas a su cauce. Pocos minutos después salíamos de allí. He de reconocer que yo salí bastante fastidiado. Otro ladrillo en el muro de mi pesadilla, había sido demencial.
El balance de la primera cocina no fue demasiado positivo, pero vinieron más, muchas más, alguna tendrá otro post dedicado.
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2015 04 16, 12:53 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XI) : LA U.I.R. : Y SE LIÓ PARDA

Ya llevábamos algunas semanas en Melilla. Aún quedaban un par más o menos para la jura. Dos semanitas para volver a casa. Yo, como muchos más, deseábamos con todas nuestras fuerzas escapar de allí aunque fueran 7 días. Ese mes de Febrero-Marzo de 1996 estaba siendo el más largo de nuestras vidas. Integrarnos en este mundo de pesadilla estaba siendo muy duro, pero entre todos lo estábamos sacando adelante. Perdía peso con mucha rapidez y unas ojeras negras se instalaron en mi cara con intención de quedarse mucho tiempo. Todo ello unido al frío matinal de febrero durante la instrucción y las corrientes que pululaban a sus anchas en el barracón, hicieron que pillara un trancazo que me acompañó durante el resto de la U.I.R. y posteriores semanas. Para paliarlo, cada pocos días entraba en botiquín y conseguía antigripales del ejército. Esas pastillas levantaban a un muerto, y aunque estuve realmente mal, no me perdí ni una de las sorpresas que nos deparaba la mili.
Nuestra aclimatación a la ciudad ya era prácticamente completa. Nos sentíamos auténticos melillenses, conocíamos los lugares más importantes de la ciudad y no seguíamos los caminos más usuales de los soldados (100 pipers, etc). Nuestras tardes y descansos se reducían a, sobre todo, llevar una vida lo más civil posible y a, curioso para mí, tomar café, mucho café y comer chocolate, mucho chocolate.
Quizá el cuerpo nos lo pedía para pasar este trago, no lo sé. Yo no tomo café nunca y durante esos nueve meses lo tomé en casi todas sus variantes, siendo el café bombón lo que más me gustaba. Nos recorrimos multitud de cafeterías en las que tuvieran unas mesas para sentarnos largo y tendido y unos buenos cuartos de baño, dados los problemas que había en el barracón.
También descubrimos una de las cosas buenas de Melilla durante ese tiempo: el té. En Melilla se tomaba un delicioso té de hierbabuena y menta. Incontables fueron los momentos de tranquilidad alejada del mundo militar tomando un té o un café, con la mente en la penínusula o “peni” como se le llamaba.
Durante uno de esos descansos con mis inseparables amigos, oímos mucho griterío que provenía de la calle. Algo pasaba, algo gordo. Una vez más, Melilla conseguía sorprendernos con incidentes más propios de la franja de Gaza que de la España de finales de Siglo XX.
Pudimos ver cómo la calle se llenaba de personajes estrafalarios con barba de chivo, pelo rapado y mucha mala hostia. Casi todos llevaban camisetas con el símbolo de la legión, estaba claro, eran legionarios de paisano. Bajaban del tercio y entraban a saco a la ciudad. Pocos minutos después oímos multitud de sirenas. No eran de la policía civil sino de la militar que bajaba a toda leche buscando soldados por las calles para ordenarles subir al cuartel. Había que volver a toda prisa por orden del General. Toque de queda para todo el mundo.
Acongojados volvimos en tiempo récord intentando averiguar qué sucedía. Al parecer, unos moros habían matado a un legionario y sus compañeros habían bajado haciendo honor a su “credo” y montando la de Dios en la zona moruna, destrozando cafetines y pegando a diestro y siniestro. Con esa mal entendida amistad, bajaban los que eran sus compañeros y los que no, haciendo que fueran cientos los integrantes de esa panda. Se llegó a rumorear incluso que la orden surgió de un mando al que luego empaquetaron.
A nosotros nos reunieron en nuestra compañía y nos comentaron lo de siempre: No pasaba nada, pero durante dos días no se podía bajar a la ciudad. Los que tuvieran que salir de forma urgente, serían llevados y escoltados por la policía militar.
Lo increíble era que una cosa tan importante como aquella no se vió reflejada en los medios. Cuando se lo conté a mis padres, no sabían nada, nada en las noticias, ni en Madrid ni en las ciudades donde vivían mis compañeros. Una vez más podíamos comprobar que esto era otro mundo, un mundo raro y hostil apartado de la realidad que habíamos disfrutado hasta entonces.
Hubo miedo durante esos dos días, pero una vez pasados, todo volvió a la normalidad, si es que se le podía llamar así, porque los mandos volvían a insistir en lo de no pasear solos por Melilla ni frecuentar sitios oscuros o cosas similares. Creo que nunca tuvimos tantas ganas de escapar de allí e incluso varios compañeros fueron a la oficina del defensor del soldado para ver si se podían declarar objetores de conciencia. Menudas semanitas llevábamos, además el tiempo, parecía que había dejado de andar para delante, y los días eran auténticamente eternos. Joder, pensaba, y no llevamos ni un mes…
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2015 04 16, 12:57 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XII): A MÍ LA LEGIÓN…

Aquel día me levanté cansado, hecho papilla. Mi catarro había tomado dimensiones estratosféricas. La instrucción era cada vez más dura, la comida seguía siendo basura y el ánimo, después de lo acontecido, no estaba muy elevado.
Melilla estaba siendo una gran prueba de resistencia física y mental para nosotros, pobres reclutas que nunca sentimos el ardor guerrero. Aún así, la estructura militar intentaba por todos los medios inculcarnos el espíritu marcial. Ese día nos llevaban al tercio Gran Capitán, primero de la legión, para ver si alguno tenía ganas de quedarse allí el resto de la mili y convertirse así en legionarios de reemplazo.
Ya cuando nos cargaron en los ya familiares camiones de transporte de “ganado” (así era como nos sentíamos dentro), pudimos observar a los soldados de nuestro cuartel haciendonos gestos con la mano en señal de negación. Nos decían con signos que no nos quedaramos en el tercio por nada del mundo. Tanto era así que incluso el soldado que nos abrió la barrera nos hizo la señal fatal.
La mayoría ya teníamos en mente la negativa. Ni en mis mejores sueños pensaba pasar el resto de la mili dando más barrigazos que los estrictamente necesarios. Con la experiencia de Almería y con nuestros instructores legionarios ya tenía batallitas suficientes para mis nietos…
El camión subió la carretera de Cabrerizas, y en pocos minutos llegamos al cuartel de la legión. Allí nos estaban esperando multitud de legionarios que, en actitud muy amigable, nos “asesoraban”, contando las maravillas de ser un caballero legionario.
“Ser legionario es la hostia” ,me dijo uno cogiéndome del hombro como si fuera amigo mío de toda la vida. ” Al tercer día ya estarás disparando pepinos con un mortero …” mi cerebro puso el piloto automático asintiendo a todo lo que decía aderezándolo con un “joder, que pasada” o un ” la leche, tío” pero en el fondo lo que deseaba era que el individuo se cansara de contarme lo cojonudo que estaba y se fuera a tomar por culo.
Yo no deseaba para nada ser legionario, ni servir a mi patria de esta manera. Sólo quería terminar mi servicio cuanto antes sin hacer mucho ruido, largarme a casa y olvidarme para siempre de esa pesadilla castrense.
Luego nos pusieron unos cuantos vídeos de las actividades que se podían hacer si te convertías en legionario y, la verdad, sonaba todo muy convincente. Incluso pensé que era una buena salida para la gente que le gusta este tipo de cosas. Desgraciadamente yo no me incluía en ese grupo, pero si yo respetaba sus ideas y sus maneras ¿por qué no nos respetaban a nosotros?. El que no se quedara con ellos, era poco menos que un maricón, alguien que no tenía valor suficiente, y despectivamente nos llamaban “pistolos”. Otro gran valor de la legión era el kilo de hostias diario que te podías llevar por parte de los mandos. Aunque nos juraron oficialmente y perjuraron que no se pegaba a nadie, “extraoficialmente” nos dijeron que como no hicieras las cosas como ellos querían, ya podías darte por “matizado”. Se llevaba un tipo de golpe llamado “jumo” que consistía en un puñetazo en el pecho. Allíse estilaba tanto que incluso se organizaban campeonatos. Cuando querían “jumearte” a conciencia, te hacían subirte el ceñidor hasta el pecho, entonces te inflaban a hostias y no te dejaban ninguna marca. (se lo hicieron a un compañero, o eso nos dijo).
A la hora de comer, nos llevaron a un comedor que hay que reconocer que era muy superior al nuestro. Era tal su interés por que nos quedáramos que incluso nos traían las bandejas a las mesas como si de un restaurante se tratara.
Más tarde descubrimos su interés que no era otro que el de largarse de permiso unos días por cada recluta “captado”. Todo era una pantomima, un engañabobos para que tu “asesor” saliera de allí por cuenta tuya.
Un mundo nuevo (otro) se abría a nuestros ojos. Otra forma de ver la vida y la mili en aquella melilla del año 1996 que no dejaba de sorprendernos y que, a la fuerza, iba dejando una gran huella en nosotros.
Por fin, nos recogieron nuestros camiones. Desde allí mientras cogíamos el camino a Santiago pude observar que algunos de los compañeros que vinieron a la ida, se habían quedado en el tercio para el resto de los nueve meses. Al poco, algunos regresaron y nos contaron su aventura…
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2015 04 16, 1:01 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XIII): LA U.I.R… ¡¡BARRIGAZOS !!

Un nuevo día despertaba para nosotros. Un día menos para volver a casa. La visita al tercio ya era un recuerdo para nosotros y ya la jura se acercaba. La instrucción empezaba a ser demencial con su maldito orden cerrado a todas horas. Tenía que quedar perfecta, tanto que a algunos les tocaba hacer horas extra por la tarde(cruelmente les llamaban “el pelotón de gastadores”). Nuestros instructores empezaban a ponerse nerviosos y nos regalaban relajantes sesiones de diez minutos con el CETME terciado o la vez que nos tuvieron una hora en posición de descanso, postura ésta que producía un espectacular dolor de espalda mientras intentaban sacarnos de la formación con comentarios hirientes.
Ése día había premio.No nos mandaban hacer gimnasia, nos hacían subir carretera arriba una vez más en dirección a los pinares de Rostrogordo. El día anterior estuvimos preparando las posiciones de tiro e incluso algunos probamos los disparos con balas de fogueo. Existían multitud de leyendas militronchas respecto al tiro: “hay que hacer un mal resultado porque si haces uno bueno te mandan regulares de fusilero”. “Una vez un recluta se dio la vuelta y le disparó al de al lado en la cabeza…” La lista era infinita.
Me preocupaba más la segunda parte de la fiesta: íbamos a hacer orden de combate. Eso significaba esgrima de CETME y los famosísimos “BARRIGAZOS”.
Los “barrigazos” eran otra nueva pesadilla para los pobres soldaditos: la famosa pista americana. Creada para deleite de mandos cabrones y profesionales del ejército, poco o nada de gracia ni utilidad había de tener con nosotros.
Llegamos a Rostrogordo a primera hora de la mañana. El tiempo amenazaba lluvia y el frío principio de Marzo propiciaba un ambiente bastante desagradable. Nos repartieron una vez más en tres grupos o “secciones”. Unos empezarían tiro, otros a la pista y el resto a la explanada que lindaba con los pinares.
Mi sección tuvo la “suerte” de empezar disparando. El campo de tiro era una gran explanada acabada en un precipicio o “cortado”, como lo llamaban allí. Las dianas eran lo único que se interponía entre nosotros y el mar Mediterráneo, bueno, y unos cuantos metros hacia abajo, claro.
Lo primero que nos hicieron fue cambiar los CETMES. Los que usábamos nosotros estaban totalmente hechos papilla y para no crear un estropicio balístico, fueron sustituidos por otros nuevos, procedentes del tercio de la legión. De hecho, unos cuantos legionarios eran los encargados de suministrárnoslos.
Por turnos, nos colocamos en las posiciones de disparo, que eran tres: de pie, rodilla en tierra y cuerpo a tierra. Yo no creía las leyendas respecto al tiro pero, por si acaso, en cuanto pude disparar descargué todo el cargador prácticamente sin apuntar. cuando se terminaba cada cargador, pasaba uno de nuestros instructores a ver los disparos y darnos nuestra puntuación. El cabo primero de la legión que se encargaba de nosotros me dio mi puntuación y la resaltó con un ” ¡esto es una mierda!”…
¡uf!, pensé, por lo menos no voy a ir a fusileros. El resultado de mi sección en general fue desastroso. Creo que casi todo el mundo pensé lo mismo que yo y disparó de la misma forma. A algunas dianas les faltaban tiros y otras, las de al lado normalmente, tenían más agujeros de los que debían.
Al acabar de disparar, se rotaron las secciones. Ahora tocaba la explanada. Nos dieron nuestro CETME defectuoso y de regalo una mochila con un montón de cosas que se supone era lo que se llevaba en una campaña normal, entre ellas, la ración de campaña que consisitía en unas latas, un trozo de chocolate y poco más.
Todavía recuerdo con “cariño” cuando nos hicieron ponernos cuerpo a tierra y tras aderezar el suelo con cristales de botellas rotas, nos obligaron a reptar encima de ellas, arrastrándolas con nuestro cuerpo durante los interminables metros que nos separaban del final.
Contiuamos con la esgrima de CETME, con carreras, saltos y otras lindezas, pero lo bueno faltaba por llegar…
Ahí estaba, la famosa pista americana. Muy parecida a las que salen en las pelis de Rambo y similares. Ahí estaba laUIR del cuartel general, subiendo y bajando la pista. El plato final era la leche. Había que meterse por una especie de agujero, reptar por una trinchera cubierta por alambre de espino y salir por otro agujero a modo de salida.
Lo que estaba quedando medianamente digno a vista de nuestros instructores, se volvió una tragicomedia, como tantas veces sucedió en aquellos meses. Entrar entramos todos en los agujeros, pero a medida que transitábamos la trinchera, nuestras mochilas se enganchaban con el alambre de espino provocando un atasco que ríase usted de los de la M-30 madrileña.
Si hubiera habido algún mando importante no habría sabido si reír o llorar, pues la escena de ver a los instructores levantando los alambres de espino para que los soldaditos pasaran por debajo sin engancharse, era igual de cómica que triste.
El capitán, supongo que fastidiado por el esperpento presenciado, nos obligó a volver al cuartel a paso ligero con el CETME en perfecta posición terciada. Si algo de cachondeo hubo con la pista, se nos quitó de repente con aquel marathon infernal durante varios kilómetros con el maldito CETME que a cada paso pesaba más y más, mientras nuestros auxiliares nos arengaban con sus ya familiares comentarios y amenazas por si alguno cometía la torpeza de caérsele.
Ver a algunos compañeros rotos de cansancio mientras esos cabrones lo insultaban y amenazaban para que pudiera continuar era patético. Aunque sentías lástima por él, no se podía hacer nada por ayudarle. Eso significaba que la mentalidad militar ya entraba en nosotros a sus anchas, tanto que incluso algunos “compañeros” mostraban una sonrisa cruel, cuando hacía semanas ellos mismos no eran sino corderitos en el matadero.
Las puertas del acuartelamiento Santiago se abrieron y la Compañía entró como si de los Regulares se tratara: Cetme terciado, rodillas hasta el pecho, aire relativamente marcial… Cuando llegamos a la compañía, la mayoría nos derrumbamos agotados, sumergidos en un mar de sudor y deseando que por lo menos durante ese mes no hicieran más “fiestas” como aquella…
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2015 04 16, 1:05 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XIV): LA U.I.R : EL DESCANSO DEL GUERRERO

Para llegar a la jura de bandera quedaba ya poco. Había sido el mes más raro de toda mi vida, el mes en el que más experiencias había acumulado. No obstante, en estas “aventuras y desventuras de un recluta en apuros”, entre barrigazos, marchas nocturnas (http://rinconfilin.wordpress.com/2009/1 ... -nocturna/ ) , orden cerrado, cocinas y demás lindezas cuartelarias, también hubo momentos de asueto. Esos momentos eran como oro en paño ya que casi parecíamos tener una vida normal.
En ellos descubrimos que Melilla, siendo una ciudad con cosas horribles e indignas de finales de siglo, también tenía cosas bonitas. El centro era una belleza de estilo modernista. Melilla la vieja o “el pueblo” como la llamaban, era una antigua fortaleza amurallada que tenía casi quinientos años de antiguedad. Rodeada de exóticas palmeras, contenía la única capilla de estilo gótico de África.
La plaza de toros (única en África también), el barrio de las tapas (que no recuerdo el nombre) o los bazares del barrio del mantelete se convertían en agradables descubrimientos, unos pequeños oasis en aquel desierto de marcialidad militar y miseria.
A nivel particular, se estaba de lujo en el edificio de la UNED y su cafetería, donde junto con mis amigos volvíamos a ser un poquito civiles, al igual que la biblioteca municipal, de la que nos hicimos socios porque tenía los mejores cuartos de baño…
Quizá la palma se la llevaba para mí el parque Hernández. Un enorme parque de estilo andaluz ,precioso. Allí pasamos muchas tardes civiles recorriéndolo de un extremo a otro, charlando de las cosas que haríamos cuando volviéramos a casa con la licencia.
Para los militares de reemplazo, los sitios de obligada visita eran los bares. Existía toda una red de bares preparados para los milicos, en la que nosotros comíamos, merendábamos e incluso cenábamos los fines de semana.
Los Sábados y Domingos, si no teníamos servicios que realizar (o “pelar” en el argot de mili), tocaban marcha a las once de la mañana y no había que volver hasta retreta (las 21:45).
Esos días eran lo mejor de la semana con diferencia. Pocos momentos fueron tan buenos como aquellos fines de semana de U.I.R. en los que desconectando el chip militar, pasábamos la mañana de domingo viendo el partido de segunda del plus con un café ardiendo, sentados en el “londres”, bar mítico con un montón de teléfonos públicos en forma de típica cabina británica.
Los teléfonos públicos… en la época en la que los móviles aún eran casi cosa de ciencia ficción, los teléfonos públicos eran nuestro único hilo de contacto directo con el mundo real. Todavía se escribían cartas pero tardaban tanto que para hablar con casa había que buscar una cabina libre (cosa realmente difícl con más de siete mil soldaditos buscando).
El tiempo pasaba volando esos días, a diferencia de la semana. Caminando por las calles melillenses uno casi se olvidaba de que no era más que un insignificante recluta y volvía a ser un civil más. Recorrimos tiendas de discos, de instrumentos, volvíamos a recuperar al menos parcialmente nuestras aficiones del mundo real, compartiéndolas con mis amigos, mis inolvidables amigos de la U.I.R. y de meses sucesivos Pere, Jose, Juan, Javi, Ángel, Sergio y aquellos que mi memoria ya no pudo recordar.
Lo malo era la vuelta al cuartel. Volver a subir la carretera de Cabrerizas rodeado de compañeros con el aspecto de corderos que vuelven al matadero, era desalentador. En ese momento volvían los pensamientos de libertad, de rabia,de cansancio de estar allí en contra de nuestra voluntad perdiendo el tiempo. Un tiempo precioso de juventud que se nos escapaba entre uniformes, Cetmes y servicios cuartelarios…
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2015 04 17, 9:01 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XV): AMIGOS EN EL INFIERNO

A pesar de todos nuestros problemas, puteos, shocks militares y demás aventuras Melillenses, el tiempo pasaba; Quizá lento, muy lento, pero ya la jura de bandera estaba a un paso. La idea de volver a casa aunque fuera una semana, era posible, casi podíamos alcanzarla.
No obstante, Melilla no iba a dejarnos marchar así como así: MELISUR, la agencia de viajes que gestionaba los vuelos de regreso a casa hizo algo que no he vuelto a ver desde ese día. Cogió nuestros vuelos reservados y pagados y a algunos nos los cambió de fecha, con dos cojones. Por sus santas narices yo perdía un día de permiso. Un día fuera de Melilla era algo de un valor incalculable, no lo habría cambiado ni por todo el oro del mundo. El pollo que le monté a la chavala de la agencia que me lo dijo fue tal que tuvo que salir el dueño a explicarme que eran lentejas. O las tomas o las dejas. Acojonante.
Mis amigos tuvieron que contenerme y consiguieron que saliera sin más altercado. Más tarde, recapacité: No se podía luchar contra los elementos. Una vez más había que agachar la cabeza y aceptar lo que nos daban sin rechistar.
Mis amigos, quizá por ser mayores que yo, me hicieron ver que era inútil cabrearse. Melilla era demasiado para unos cuantos reclutillas perdidos en el infierno.
Era increíble cómo , personas que no hacía un mes ni se conocían, procedentes cada uno de un punto de España, acababan siendo mi apoyo vital en esos oscuros y fríos días.
El tópico dice que en la mili se hacen los mejores amigos. Tengo que reconocer que tuve mucha suerte de conocer a los que fueron mis amigos en ese tiempo.
No había día en que no nos necesitáramos los unos a los otros. Nos ayudábamos en todo lo que hacía falta. La única forma de pasar esos días y salir airoso del marrón en el que nos encontrábamos era teniendo unos buenos compañeros de fatigas.
Además, fue casualidad que todos durmiéramos en la misma zona, por lo que se formaba una especie de camareta, un islote asilado del barracón en el que cantamos (esa guitarrita, Jose), reímos, sufrimos y, sobre todo, conseguimos que esos días fueran llevaderos.
Lo malo es que pronto llegaría la Jura de bandera y era segura nuestra separación…
P.D. Este post está especialmente dedicado a mis inolvidables amigos de U.I.R: Pedro, Jose, Juan, Ángel, Javi … Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno, yo digo que en el “infierno” tuve también amigos, y de los mejores (¿ Qué habrá sido de Ángel, Juan y Javi?)https://rinconfilin.wordpress.com/categ ... ta/page/5/
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2015 04 17, 9:08 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XVI): TE LO JURO…

Melilla, 17 de Marzo de 1996: El día había llegado. Íbamos a jurar bandera y a hacer todas esas cosas que les gustaban a los mandos, pero en lo que yo pensaba era, lógicamente, en que al día siguiente (no ese mismo día gracias a MELISUR), volvería con mi familia, mis amigos y, por encima de todo, con mi novia.
Estrenamos el traje de mimeta nuevo después de un mes con el viejo día tras día sin lavarlo (qué grata experiencia, gracias mandos). Me sorprendió sobremanera pensar una cosa al observar a la compañía en general: En ese mes habían conseguido el objetivo. Ya no éramos conejillos asustados. Nuestros movimientos coordinados, nuestra actitud altamente marcial y las inexplicables ganas de que todo saliera bien nos hicieron pensar en que no hay nada como un puteo sistemático, contínuo, junto con unas hostias bien dadas a tiempo y un poquito de lavado de cerebro apelando constantemente a nuestra hombría en caso de que las cosas salieran mal, para convertir al recluta en soldado.
Ya casi no quedaba nada de los civiles que metieron a la fuerza en aquel camión en el puerto. Un mes después, éramos parte del engranaje militar de la época, como diría Roger Waters, otro ladrillo en el muro.
Formamos en el patio del cuartel de Santiago formando un cuadrado perfecto. Espontáneamente empezaron las bromas y las chanzas cuartelarias en posición de descanso en las que, misteriosamente, los mandos, antes serios cabrones dispuestos siempre a jodernos, participaban activamente, algo que agradecimos. Incluso algún auxiliar nos regaló los oídos con un “sois unas mariconas”, algo que entendido en el contexto, era más que un piropo.
Bastante tiempo después, la U.I.R del cuartel general desfilaba en dirección al patio de armas, donde empezaría la ceremonia.
Al llegar, nos sorprendió el panorama que nos encontramos. Había multitud de civiles alrededor de unas vallas engalandas con la bandera española. Habían venido muchos familiares de compañeros. Me habría gustado que mis padres hubieran podido venir, pero no pudo ser.
Era un espectáculo ver la banda de música y a los gastadores de la compañía de mar que nos acompañaban en tan importante acto junto con el capellán castrense que dirigiría la liturgia precedente a la jura.
Empezaron a aparecer mandos de todos los rangos, uniformes de “bonito” con estrellas por todas partes nos observaban con actitud de quedarse con nuestras caras por si, alguno metía la pata, meterle un puro de narices.
El vago recuerdo de que dispongo a partir de ese momento es de pensar por todos los medios no meter la pata. Recuerdo también que el CETME al poco tiempo empezaba a pesar más y más, y tuve que recurrir a trucos para sujetarlo con el ceñidor sin que se notara demasiado.
La banda comenzó a tocar el pasodoble ” Soldadito español”. Era la hora de salir desfilando de uno en uno para besar la bandera. Desde que llegué ni se me pasaba por la cabeza besar la bandera que me había llevado hasta el culo del mundo para ser puteado de la forma más vil, pero algo había cambiado ese día…
Todos estábamos henchidos de gloria marcial y militar. Desfilamos en cuadro como nunca, los taconeos al hacer la posición de firmes sonaban al unísono y las palmadas de descanso eran descomunalmente ruidosas al tiempo.
No sé que sería, si la gente jaleando, aplaudiendo, la felicidad de pensar que esto se terminaba, que empezaba un paréntesis de una semana, no sé, pero salimos, yo incluido, desfilando de forma que ni la legión lo habría hecho mejor. Al pasar frente a la bandera, no pude evitar la sensación de orgullo. Allí estaba yo, un pringao que siempre despotricaba sobre los temas militares, más tieso que un palo besando la bandera rojigualda como si de su madre se tratara, mientras cientos de personas aplaudían. Incluso llegué a oír algún grito femenino de “¡ guapo ! “, sin duda hecho por alguien que me había confundido con algún pariente, novio o similar pues observando el vídeo de la jura, es imposible prácticamente distinguir a un soldado de otro a esa distancia…
El himno de infantería y la ofrenda a los caídos daban por terminada la jura.
Esos dos temas musicales aún los tengo grabados a fuego en el cerebro (gracias otra vez, mandos), y quince años después soy capaz de recitarlos de principio a fin…
Orgullosos, cansados, sudorosos, pero contentísimos, nos felicitamos, nos abrazamos entre todos al ver que todo había salido bien y nos llevaron al inmenso comedor del cuartel donde habían preparado un ágape especial para nosotros y nuestros familiares.
Gambas, langostinos, embutidos de todo tipo, un dispendio como nunca volvimos a ver allí, adornaba las mesas que allí habían dispuesto los pobrecitos soldados a los que les tocó cocina aquel día.
Una hora después nos marchamos cada uno a recoger sus cosas. Todos mis amigos salvo Pedro se iban esa misma tarde a casa. El barracón a los diez minutos estaba totalmente desierto. Pensé en salir a la ciudad hasta la noche, pero no encontraba a Pedro y no tenía intención de salir a Melilla solo, así que me tumbé en mi cama agotado, esperando que el sueño me invadiera rápidamente y me tuviera así mucho, mucho tiempo…
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2015 04 17, 9:15 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XVII): SORPRESA, SORPRESA…

El tiempo pasaba lento, estaba deseando que llegara el día siguiente para poder salir de Melilla aunque fuera una semana. Estaba deseando volver a ver a mi novia, mi familia y a mis amigos. Tumbado en mi litera, agotado por la jura, el sueño comenzó a invadirme. Un ratito de siesta y, aunque sea me voy a la ciudad a dar una vuelta solo ya que no encuentro a Pedro, pensé. Ya no sentíamos el miedo inculcado por los mandos y nos daba igual bajar solos a recorrer Melilla.
Con el petate prácticamente preparado, los billetes de avión a buen recaudo y dinero para el taxi al aeropuerto, me sentía casi llegando a Madrid, pero de repente una voz me sacó de mi mundo.
– Tú, levántate que te vienes conmigo, y ponte el uniforme.
Me quedé a cuadros. Era el cabo cocina, el cabrón con pintas que nos obsequió con una de las peores experiencias de aquellos nueve meses,volvía a jodernos.
Por más explicaciones que intenté dar, me fue imposible evitar volver a la cocina. Ahí descubrí el pastel: Mi amigo Pedro y varios soldados más de nuestro reemplazo estaban currando como cosacos desmontando el tinglado de la mañana, todo ese recibimiento a las familias tenía que estar fuera para la hora de la cena y el inmenso comedor debía estar despejado para entonces. Pero, ¿por qué lo estábamos haciendo soldados que se supone estábamos de permiso de jura?.
Indignado, me fui al cabo ya sin pensar en las consecuencias de mi acto y le pedí explicaciones de un modo que rayaba la altanería, estaba dispuesto a llegar hasta el general de la división si fuera preciso recurriendo la orden.
– Los soldados a los que le tocaba cocina hoy, sabiendo que iba a ser una de las peores, no han aparecido y tengo orden de coger a cualquiera que esté ocioso…
Hijos de la gran puta, tanto unos como otros, y encima era orden directa, no podía hacer nada. Resignado me fui con el grupo de condenados y empezamos a desmontar las mesas enormes de madera donde hacía apenas unas horas reíamos felices con medio cuerpo en la peni.
Los tablones de la mesa eran tan pesados que los retirábamos entre seis personas. Lo malo era que después de retirar todas las mesas, trabajo durísimo, había que terminar la tarea como si de un turno de cocina normal se tratara (cientos de vasos por fregar, suelo por barrer… Dios, otro infierno).
Encima habíamos empezado tarde y la cocina se convirtió en una contrareloj en la que todo debía estar dispuesto para la cena.
a la hora de la cena, todo estaba preparado. Los soldados se encontraron un comedor impecable. De los desertores no había ni rastro y los que curramos, apenas éramos unos despojos agotados. Pero claro, faltaba recoger la cena, esto no había acabado.
Por fin, a eso de la 1:00 de la mañana, cuando estaba completamente roto, muerto de sueño y con la espalda hecha añicos, terminamos la pesadilla y nos fuimos a nuestro barracón con la sensación de haber hecho el primo de una manera espectacular. Pero en el fondo, ya daba igual. A las 7:00 de la mañana cogería un taxi camino del aeropuerto, a las 12:00 estaría en casa y eso no me lo podía quitar nadie.
O eso pensaba…
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2015 04 17, 9:17 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XVIII): AEROPUERTO 96

6:00 de la mañana. Media compañía ya se había ido la tarde anterior a sus casas y la otra media andábamos levantados en actitud frenética, preparando la salida de la maldita Melilla. No podía creerme que en unas horas volvería a ver a mis amigos, novia y familia. Sólo quedaba coger un avión a Málaga y otro más hasta Madrid. Esa era la última vez que pisaba el barracón de la UIR de la compañía del cuartel general. Un mes menos para la licencia, una muesca en la gorra, sólo quedaban ocho más…
El toque de diana nos daba el pistoletazo de salida para escaparnos del infierno melillense. La puerta del acuartelamiento Santiago se llenó de taxis frenéticos por llegar al aeropuerto mientras el soldado de la garita, veterano ya, se reía de nosotros al tiempo que exclamaba ” ¡ya volvereis, bichos!”. Cargados con el petate y la maleta, con el pelo recién rapado en la flamante peluquería “el legionario”, parecíamos más unos reclutillas que venían a empezar el servicio, la diferencia estribaba en nuestra cara de felicidad absoluta.
A pesar del catarrazo, preocupante ya, el petate que pesaba un huevo y la maleta que también pesaba lo suyo, me movía con total agilidad entre los compañeros desesperados por coger el taxi que habían reservado la noche anterior. Tras unos minutos buscando, conseguí entrar en el taxi que había reservado para mí solito.
Mientras la enorme luna de Marzo iba desapareciendo del paisaje, mi mente viajaba unos cuantos kilómetros por delante de mi cuerpo imaginándome dentro del avión camino de casa con una sonrisa estúpida en la cara. El taxista me sacó de mi estado onírico mientras empezaba su típica charla de compromiso preguntando a dónde iba, cuánto tiempo llevaba en Melilla y qué me parecía la ciudad.
Respondiendo de la forma más diplomática posible, sin decirle que mataría a quien fuera por un día fuera de Melilla, observaba la ciudad desde la altura. La verdad es que, siendo un asco de sitio, era bonito. Una vez más no pude sino maravillarme del amanecer Melillense dando ese aspecto exótico y bellísimo a la ciudad.
De pronto nos encontramos en otro maremagnum de taxis a las puertas del aeropuerto.
-¿Qué pasa?-pregunté.
-El aeropuerto no abre hasta las 8:00.
Joder, pensé, es que ni para eso eran normales. El aeropuerto abría a esas horas ya que no disponía de luces en las pistas. De poco había valido el madrugón. Allí nos encontramos todos los militronchos haciendo cola,como si la del paro fuera, casi una hora.
A las 8:00 entramos y, como mi flamante vuelo de PAUKN AIR a Málaga no salía hasta las 10:00, me quedé con algunos compañeros de compañía en la cafetería mientras escuchábamos a Rocío Jurado como hilo musical…
Una vez en Málaga debería coger un vuelo de IBERIA hasta Madrid. Lo malo era que no disponía de reserva para ese vuelo, si había plazas volaría, si no, no. Siempre que había volado así (mucho más barato) no había tenido problemas, por lo que no le dí mayor importancia.
A las 9:45 me despedí de la gente y con una cara de felicidad que era para verla, me metí en el minúsculo reactor camino de Málaga. Escasos minutos después despegamos, dejando África. Me parecía estar viviendo un sueño. Abandonar siete días el infierno era la felicidad absoluta, nada podía hacer cambiar esa sensación.
El vuelo tocaba a su fin. unos veinte minutos escasos duraba el vuelo Melilla-Málaga.
Ya en el aeropuerto de Málaga, todo era REAL, como yo recordaba las cosas: ni un solo militar, un aeropuerto enorme, con sus tiendas normales… un gustazo volver al mundo de verdad. Melilla ya no era más que un mal sueño…
Llegué muy ufano al despacho de IBERIA con mi billete a casa, que salía en una hora.
– Lo siento, pero no hay plazas, dijo la mujer que despachaba los billetes.
-¿eh?
El mundo se me vino encima. Nunca me había pasado esto, y todo por no asegurar y gastarme la pasta, joder. La última vez que lo hago, pensé. Como era hijo de empleado de IBERIA, la mujer me dijo que intentaría que el capitán me dejara volar en el transportín, que es una silla plegable que hay en la cola del avión, donde se sientan las azafatas. Eso me dio esperanza, aunque dependía de una persona que lo mismo me negaba el viaje. Para empeorar, detrás mío aparecieron otros dos milicos que habían cometido la misma torpeza que yo y también eran familiares de empleados, por lo que el capitán ahora debía autorizar tres transportines.
Yo no sabía cuántos transportines tenía ese avión, lo que sí que sabía era que yo iba primero y no iba a dejar que nadie me arrebatara mi sitio, en caso de que pudiéramos viajar, claro.
Los minutos se convirtieron en angustiosos siglos, en los que los tres esperábamos ansiosos la llamada de la azafata con la respuesta del capitán. Además, con el billete que tenía en la mano,en caso de no poder volar, esto mismo me podía pasar con el siguiente vuelo, con el siguiente y así sucesivamente…podría tirarme días en el aeropuerto.
Maldiciendo mi mala suerte una vez más, pensé en qué podría hacer para solucionarlo. Lo mismo podría ir a la estación del tren y por lo menos volver a casa, aunque llegara a las tantas…
De repente, la azafata con pinta de estar hasta las narices de vernos con nuestras caras de circunstancias, nos dijo que el capitán nos dejaba volar como un favor, pero que no era lo normal, etc… del resto no recuerdo nada, sólo que podía volver a casa. En ese momento mi mente hizo OFF, estaba agotado física y mentalmente.
Cuando quedaban cinco minutos para que cerraran las puertas, entramos en el avión escopetados. Una vez en el aire, volví a ser persona y, aunque estaba más que feliz por volver a Madrid, estaba a la defensiva con todo, en cualquier momento podía pasar algo que me jodiera el permiso de jura…
Tras cincuenta minutos tediosos sentado en una silla plegable amarilla, con el petate y la bolsa de viaje al lado, por la ventanilla observé algo ya familiar. La especie de maqueta que se veía debajo era mi Madrid, un tesoro incalculable que me esperaba con los brazos abiertos. Al fin, el avión aterrizó justo en frente de un cartel que decía :” AEROPUERTO DE BARAJAS”. Había llegado a casa…
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2015 04 17, 9:20 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XIIX): CON PERMISO…

Bajé del avión a paso lento, mirando todo de un lado a otro como el que viaja a un sitio completamente nuevo y en él se encuentran las mayores maravillas del mundo. Sin embargo no era sino Madrid, aquel Madrid que me conocía de cabo a rabo, observé la cruz blanca que está en Paracuellos, el pueblo de Barajas que se encuentra tan cerca del aeropuerto, la terminal, el resto de los aviones…
No había rastro del monte Gurugú, ni tampoco había musulmanes. Ni un solo uniforme militar a la vista, era como si hubiera despertado de un sueño, de un mal sueño.
Solamente el pesado petate me recordaba que había algo que no cuadraba, ese maldito bulto me decía que no estaba allí para quedarme, sino que en una semana volvería a ese mismo aeropuerto, esta vez de manera no tan feliz.
Esa sensación extraña me acompañó durante todo el permiso de jura. No obstante, cuando a lo lejos vi a mi padre y a mi hermana que me esperaban para llegar a casa, casi conseguí quitármela de enmedio.
– ¡Hola soldado! dijo mi padre, medio en broma mientras mi hermana flipaba con la pinta que llevaba y el aspecto físico con el que volví…
Había adelgazado varios kilos, me encontraba enfermo y unas negras ojeras contorneaban mis ojos. En el cuartel, aunque lo había notado no le dí importancia, el físico no es una cosa de la que preocuparte en la mili, pero al llegar a casa… la ropa me quedaba grande, tosía como un carretero, la cabeza me dolía y una expresión rara en mi rostro se instaló durante el permiso de jura.
Cuando la puerta se abrió , parecía que había llegado a Beverly hills, toda mi casa y en especial el cuarto de baño se me hacían sacados de un reportaje de esos estúpidos programas de cotilleo en el que el rico de turno cobra pasta por enseñar su mansión.
Al verme mi madre, inmediatamente se dio cuenta (las madres lo saben todo de sus hijos), y lo primero que hizo fue ponerme un plato de lentejas de tamaño descomunal. Lo siguiente fue obligarme a ir al médico, pero no a ese matasanos militar que te dopaba con antigripales, sino a uno civil, uno de verdad. Le dije que iría, pero al día siguiente (En esa época no había tantos problemas de citas con la sanidad como ahora) después de comer iría a ver a mi novia, por supuesto.
Mi novia, al verme se quedó a cuadros, me dijo que, al abrazarme, antes de irme a Melilla, no me abarcaba y ahora sí que podía hacerlo.
Dimos una vuelta por su barrio tranquilamente, no paré de hablar (bastante mal por cierto) de la mili, de Melilla y de todo lo referente a ellos.
Serían poco más de las ocho de la tarde cuando empezé a encontrarme mal. Me sentía totalmente agotado, había sido un día durísimo, llevaba desde las seis menos cuarto despierto, después de la extenuante jura y de la horrorosa cocina que vino después, mi cuerpo había dicho “basta”. Me fui a casa tan fastidiado que cené algo rápido y me fui a la cama.
Casi doce horas después me desperté. Mi catarro se había convertido en algo brutal, incluso con fiebre, pero me decidí a continuar este permiso y exprimirlo hasta el último segundo. Me fui disparado al médico que al verme, se quedó a cuadros con el pedazo de catarro que traía, me atiborró a recetas y, al salir me fui a ver a mis amigos.
Mis amigos de toda la vida. Volvía a estar con ellos como si nada hubiera pasado, contaba anécdotas hasta decir basta, que mis amigos oían estoicamente, algunos preparándose para lo que se les venía encima.
Los días empezaron a pasar rutinariamente, disfrutando hasta de lo que antes habría sido una pérdida de tiempo. Cuando el cuarto día pasó, una sombra empezó a surcarme el rostro, ¿cuánto quedaba para irme? ¿tan poco? ¿por qué tenía que volver al infierno…?
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2015 04 17, 9:23 |
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Bona
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 Re: Filin de Rusadir. Crónicas africanas 1996
UNA MILI EN MELILLA (XIX): DE VUELTA AL INFIERNO

El permiso de jura tocaba a su fin. Una semana en casa era poco, demasiado poco para un recluta sin vocación como yo. Ahora tenía que volver a esa ciudad y a ese mundo militar a los que odiaba con toda mi alma. Solamente me animaba el pensar que ya llevaba una muesca en mi haber, una letra P escondida bajo la visera de la gorra, que me recordaba que el camino estaba empezado. Era costumbre militroncha poner una palabra de nueve letras escrita bajo la gorra (solamente una letra cada mes como la condena de un preso). Lo más habitual era “península” o “todo acaba”. Me decanté por la primera opción ya que me parecía un poco menos trágico. No obstante, aunque si hubiera podido librarme lo habría hecho sin dudarlo, tenía ganas de ver a mis compañeros de fatigas melillenses. Nos iban a separar a algunos ya que nos habían destinado a sitios distintos incluso a otros cuarteles. Así, a mí y a Pedro nos destinaron al cuartel general, a Jose y a Juan a una cosa llamada JLT, a Ángel le destinaron a la USAC del tercio de la legión y a Javi y a Álvaro a regulares. Recordé el día en que nos formaron a todos en aquel patio del cuartel a leernos nuestros destinos y el contraste de caras entre unos y otros (o cómo tíos como armarios se derrumbaban como un niño…)
El día de la marcha, pude despedirme de mi novia, amigos y familiares. Mi padre me llevó de nuevo al aeropuerto de Barajas. El sitio que hace una semana era el paraíso, ahora era oscuro y gris: mi barca donde un Caronte vestido de militar me acercaría al inframundo.
Una vez en el avión Madrid-Málaga todo volvió de repente. Multitud de chavales rapados-signo inequívoco del militroncho- poblaban el avión y los gritos y las bromas se oían a un volumen estridente. Mientras, el resto de viajeros, con cara de circunstancias, intentaban pasar el trago con su revista IBERIAVIÓN rogando por dentro que el avión llegara lo antes posible. Bueno, pensé, por lo menos esto no es el tren, en una hora estoy en Málaga y en otra más en Melilla…
Pero el avión no salía. Tenía el tiempo de conexión con el otro avión muy justo y si no salíamos pronto, iba a tener problemas… otra vez. Empezábamos bien, no había salido de Madrid y ya la puta mili me estaba jodiendo desde la distancia. Otros diez minutos más de espera ya me estaban poniendo nervioso cuando de repente se desveló el misterio del retraso: apareció una figura enorme como un balón de Nivea de 1,80, tremendamente familiar: Don Jesús Gil y Gil, por aquella época alcalde de Marbella y presidente del atlético de Madrid, aparecía como un elefante en una cacharrería seguido por su séquito de lameculos y personal de IBERIA escoltándolos.
Era como una peli surrealista, algo así como “despega, que no es poco”(José Luis Cuerda, toma nota…). Todo el mundo mirándole gritando, mientras él, encantado, hacía su show igual que si estuviera delante de las cámaras, y todo ello en el minúsculo espacio de un avión. Ese era el motivo del retraso del despegue . ¿qué más cosas raras me depararía el destino? pensaba desasosegado…
Por fin, el avión salió de Madrid aunque yo ya estaba ausente desde hacía ya bastante tiempo. Ya no era el yo civil, sino el militar: a la defensiva, desconfiado de todo y, por qué no decirlo… acojonado.
En poco menos de una hora llegamos a Málaga. Mientras un grupo de milicos se quedaban con Gil (ignoro para qué), yo salí corriendo a buscar mi petate ya que me quedaba muy poco tiempo para el vuelo de enlace a Melilla. En mi carrera, observé que otro chaval corría en la misma dirección que yo. Era Juan Carlos, otro compañero de fatigas melillenses que tenía que volver conmigo al mismo sitio y, claro está, estaba tan intranquilo como yo. No debíamos perder ese avión o nos crujirían los mandos. Tras unos minutos angustiosos, nuestros petates salieron por la cinta transportadora y cargados con ellos (casi quince kilos en ristre) salimos zumbando para ver a qué puerta de embarque debíamos dirigirnos. Como no podía ser de otra manera (ya me imaginaba que no iba a ser fácil) había que cruzar el aeropuerto para llegar a la puerta de embarque de nuestro vuelo de PAUKN AIR. Petates en la espalda y bolsas de mano volvíamos ” a la puta carrera” haciendo gala de nuestra condición de soldaditos, y salíamos zumbando hacia la puerta de embarque. Milagrosamente llegamos cuando faltaban sólo escasos minutos antes del cierre, cuando la señorita de la entrada nos dijo: ” el vuelo se ha retrasado por una avería en el avión, teneis que esperar en la sala “. Joder, después del estresazo del vuelo y de la angustia de la carrera aeroportuaria, resulta que estaba retrasado. Por supuesto, esa información no estaba reflejada en los monitores, claro. Parecía que todo lo que tuviera que ver con nosotros y con Melilla no tenía importancia ninguna…
Tras lavarnos un poco (llegamos sudando como pollos asados), nos fuimos a la sala de espera. Allí se juntaban muchos compañeros de compañía nuestros y por lo menos la espera se hizo mucho más agradable. Ya el chip estaba cambiado. No hacía ni tres horas que había abandonado Madrid y ya era un recuerdo lejano, en algo había avanzado respecto al anterior viaje.
Cuando nos dijeron que ya podíamos embarcar, casi fue como un descanso, ya estaba deseando que pasara lo que tuviera que pasar, quería escapar del limbo de los intranquilos. Cuando despegó el avión, una sensación de alivio me invadió: todo había salido bien… hasta que el avión empezó a moverse de forma alarmante: estábamos en medio de una tormenta colosal en el medio del mar, solamente unos diez minutos nos separaban de Melilla y estaba visto que el destino quería jodernos todo lo que pudiera y más. El avión rebotaba una y otra vez entre nubarrones cada vez más oscuros, y una lluvia fuerte golpeaba nuestro avión que, no sé por qué, no remontó hasta situarse por encima de las nubes como tantas veces había visto hacer en otros vuelos.
Los flashazos en el cielo nos indicaban que incluso los relámpagos nos rodeaban de forma preocupante. Eso o era Dios que nos estaba haciendo fotos para descojonarse de la cara de gilipollas que se nos había quedado.
Pero el avión llegó. Era casi de noche cuando pisé suelo africano y reconocí las luces familiares de la ciudad. Volví a aspirar ese olor característico de las ciudades con mar y, resignado, regresé en taxi al cuartel de Santiago. Allí estaban mis amigos de nuevo, Jose, Javi, Juan, Pedro, Sergio, Álvaro… Comenzaba de nuevo la aventura.
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2015 04 17, 9:25 |
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